Un fantasma recorre la espina dorsal del planeta cuando los Estados Unidos y Rusia se enzarzan por países en conflicto, como Ucrania y Siria. Es el fantasma de la Guerra Fría, muerta y sepultada tras el final de la Unión Soviética. En esta remozada versión, Washington y Moscú no intercambian golpes en forma directa como Rocky Balboa e Iván Drago sobre el ring. De hacerlo, no quedaría piedra sobre piedra. Riñen a través de terceros en discordia. Entablan una proxy war (guerra por delegación) cuya pelea de fondo dirimen, en apariencia, países que quieren pueblos prósperos y países que quieren Estados poderosos.
En las crisis de Ucrania y Siria, Rusia decidió estar del lado de aquellos que promueven Estados poderosos: un presidente depuesto después de haber ordenado la represión contra sus opositores y otro aún funciones después de haber permitido el uso de armas químicas en una guerra civil que supera holgadamente los 100.000 muertos. En esas estamos mientras el mundo también se divide entre países rápidos y lentos, no entre países capitalistas y socialistas como en la Guerra Fría. En esa partición caprichosa, China representa una paradoja: es horriblemente comunista en lo social y despiadadamente capitalista en lo económico.
En la novela “La isla de piedra”, de José Saramago, Joaquim Sassa tropieza con una piedra mientras camina por la playa. La arroja al mar. Al rato, entra en pánico. Teme haber provocado la separación de la Península Ibérica del continente europeo. La grieta se abre a la altura de los Pirineos, “convirtiendo ríos en cascadas y avanzando los mares unos kilómetros tierra adentro”. ¿Es culpa de Sassa o de la piedra? Muchos encuentran la respuesta después del desenlace sin advertir que las crecientes reyertas por asuntos coyunturales, como en Venezuela, son una señal de alerta para las dos partes en pugna.
En la Argentina y Chile, los mapuches reclamaron la independencia del llamado Reino de la Araucanía y la Patagonia. El francés Orélie Antoine de Tounens, que arribó a mediados del siglo XIX a Chile, presentó un mapa de ese territorio. En Ecuador, grupos separatistas aducen que parte de la costa hasta Perú, incluyendo la isla Galápagos, corresponde a la Provincia Libre de Guayaquil, república independiente desde 1820 hasta 1822. En México también fluyen cada tanto los reclamos de independencia de algunas regiones. En el Estado norteamericano de Texas suelen apelar al nombre de república desde 1836.
El mundo también se divide en países ricos y pobres, desarrollados y subdesarrollados. En algunos de los desarrollados, más allá de la recurrente crisis económica, existen riesgos de secesión, como ocurre en España con Cataluña y en el Reino Unido con Escocia. El mismo espíritu, aunque con diferentes armas, ha guiado a ETA en el País Vasco, el IRA en Irlanda, los sij en la India, los flamencos en Bélgica y el Frente de Liberación de Quebec en Canadá. Hasta en Bolivia hubo un intento de someter a referéndum la posibilidad de dividirlo entre el Occidente frío y el Oriente templado, como ocurrió con Sudán del Norte y del Sudán del Sur.
En 2008, Kosovo declaró su independencia. La última provincia separatista de la colapsada Yugoslavia recibió el reconocimiento de los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y otros 66 países. La Corte Penal Internacional de Justicia le dio la razón frente al reclamo de Serbia, apoyada por Rusia, España, China e India. Esos Estados cobijan territorios que podrían seguir el ejemplo de Kosovo, como la Argentina con las islas Malvinas bajo dominio británico. La clave siempre radica en qué país quieren quienes arrojan la piedra: uno con un pueblo próspero o uno con un Estado poderoso. No suelen estar en oferta los dos al precio de uno.