Las otras explosiones del Líbano
El renovado cabreo popular apuró la renuncia del primer ministro tras las explosiones que dejaron en ruinas parte de Beirut
Las explosiones en el puerto de Beirut desnudaron las otras tragedias del Líbano. Las vinculadas con la crisis socioeconómica, la corrupción y la pandemia. Un cóctel catastrófico que, con el tendal de muertos, heridos, desaparecidos y desamparados por la detonación de nitrato de amonio, fermentó aún más el cabreo popular, iniciado en octubre, y apuró la renuncia del primer ministro, Hassan Diab, y de los suyos. Otro síntoma del mismo mal. Los libaneses llevan mucho tiempo sin sintonizar con la clase política. En un arrebato de impotencia, le suplicaron al primero en visitar las ruinas, Emmanuel Macron, que vuelva a implantarse el protectorado de Francia.
La independencia de Francia en 1943, tras haber sido parte del imperio otomano entre 1516 y 1918 y de haber sido desmembrada de la Siria Otomana al final de la Primera Guerra Mundial, derivó en la aplicación de un sistema único: el confesionalismo. Único y engorroso. Un lastre, basado en el censo de 1932, en el cual cohabitan 18 confesiones religiosas. El poder debe repartirse por ley entre un presidente cristiano maronita, un primer ministro musulmán sunita y un vocero parlamentario musulmán chiita. Frente al caos reanudado por las explosiones, con militares retirados al frente de las protestas, la dimisión de Diab representa otro fastidio para los libaneses por la complejidad que implica formar un gobierno.
En el Líbano campea el partido Hezbollah, auspiciado por Irán desde la intervención israelí de 1982. Un Estado dentro del Estado con un brazo armado capaz de librar una guerra por sí mismo, como ocurrió contra Israel en 2006. ¿Pudo estar involucrado en las explosiones? Tanto su secretario general, Hassan Nasrallah, como el presidente libanés, Michel Aoun, aventuraron que pudo haber una “intervención extranjera”. Las 2.750 toneladas de nitrato de amonio estaban en el almacén 12 del puerto desde 2013. Eran transportadas en un carguero de bandera moldava de Georgia a Mozambique. Lo había alquilado un empresario ruso radicado en Chipre.
Hasta Chipre llegó la onda expansiva. La gente pidió una pesquisa internacional. El gobierno de Aoun ordenó una doméstica, “transparente”. Interrogatorios, detenidos. Desconfianza, la moneda corriente. La libra libanesa perdió en pocos meses el 80 por ciento de su valor frente al dólar. La renuncia de Diab tras apenas nueve meses de gestión, así como las de varios ministros y diputados afines, echó por tierra su propuesta inicial de celebrar elecciones anticipadas. El colapso de la economía, con inflación y desempleo al galope, se ve reflejado en una postal. La del destrozo de Beirut en medio de medidas de confinamiento por el coronarivus que agravaron la crisis.
Un rompecabezas que no encastra desde el final de los 15 años de la guerra civil, en 1990, por las injusticias de una cadena de corrupción que empieza y termina con el beneficio de unos pocos. El sistema confesional, cual torta, no sólo reparte poder, sino también cargos y favores en porciones inequitativas. Los llamados enganchados, entre los cuales difícilmente se encuentran aquellos de no más de 30 o 35 años, no ven el futuro en su propio país y deciden emigrar. También los desalienta la cercanía con la guerra eterna de otro hijo dilecto de Irán, el dictador sirio Bashar al Assad, así como la falta de electricidad y de productos básicos. La mayoría, importados.
Diab, aupado por el tándem chiita conformado por Amal y Hezbollah y por el partido cristiano Movimiento Patriótico Libre, del yerno del presidente Aoun, Yibran Basil, sucedió en octubre, cuando estallaron las protestas, al primer ministro Saad Hariri, depuesto tras la peregrina idea de gravar un impuesto sobre la red WhatsApp. Una nimiedad frente a una imputación de mayor calibre. La de estar al servicio del príncipe heredero saudita Mohamed bin Salmán, alias MBS, aliado de Estados Unidos y rival del régimen teocrático de Irán, padrino de Hezbollah.
El Tribunal Especial para el Líbano, con sede cerca de La Haya, iba a pronunciarse sobre el asesinato por la detonación de un coche bomba en 2005 del padre de Hariri, Rafiq Hariri, también ex primer ministro, tres días después de la catástrofe de Beirut. Decidió postergar la sentencia, en plan de evitar más explosiones, mientras juzga en rebeldía por la muerte de Hariri y de otras 21 personas y por el intento de homicidio de 231 heridos a cuatro miembros de Hezbollah, satélite de Irán con un ejército varias veces superior al libanés y con un don. El de crear y liquidar gobiernos en un país envuelto de un inmenso brete a pesar de su exiguo territorio.
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