A veces murmura cosas incoherentes, habla de la guerra, imita al cañón. Francisco Fherenbacher, el gringo, también duerme en cualquier parte y un fantasma errante le toca la piel. Igual que el viejo Matías de Víctor Heredia, pero “El gringo” no es una canción. Es una realidad lacerante, es un grandote rubio de mirada vacía que no está en la estación de chapas de Paso del Rey. Francisco está aislado en el medio del monte entrerriano, abandonado y en la miseria.
 
Es cuco de niños y de no tan niños porque su cabeza es el planeta de lo irreal. Las fichas médicas dicen que tiene las facultades mentales alteradas pero hasta hace poco, nadie sabía muy bien quien era el loco Francisco. Hasta que un día, de casualidad, los ex combatientes de Malvinas de Concordia llegaron a la escuela “Salto Grande”, de un pueblito chiquito llamado “La criolla”. Iban a bautizar un aula con el nombre de un veterano de guerra.
 
Le hicieron la pregunta de rigor a los alumnos: “¿Conocen por la zona a alguien que haya peleado en Malvinas?”. Y uno de los changuitos contestó: “Yo lo conozco a Francisco, el dice que estuvo en la guerra contra los ingleses pero lo dice solo cuando enloquece”. De inmediato fueron a verlo. Vivía sin luz, casi sin ropa, en medio de un chiquero de abandono. Tenía que caminar varios kilómetros para buscar agua en un balde. Y encima, un perro le había mordido la mano y la tenía infectada en medio de tanta mugre. Los miró agresivo aunque no es violento con las personas. Suele romper algunas cosas cuando le agarra el ataque. Cuando le dijeron que eran veteranos de guerra esbozó una sonrisa, pareció cuadrarse y dijo: “Yo también”. De pronto se abrazó con uno de los muchachos. Desde el fondo de su nebulosa neuronal había reconocido a un viejo compañero del destructor “Comodoro Py” de la Armada Argentina. De inmediato se hicieron las averiguaciones y todo empezó a cerrar. Un apellido mal escrito, un número borroso en el DNI y el mundo se había olvidado del gringo de apellido alemán. Pensaron que había desparecido, que se había suicidado. Y eso que los buscaron por cielo y tierra, en los hospitales y en internet. Recién ahora, después de 29 años se ha recuperado al cabo primero maquinista que vivía como un ermitaño y asustaba a la gente.

Los viejos soldados se organizaron. Le llevaron ropa, borceguíes, y hasta comieron un asado. Gran parte del tiempo Francisco estaba errático, en cualquiera, metido para adentro, como si se escondiera un pozo de zorro negro o en una trinchera del alma. Pero el cabo primero Francisco por momentos recuperaba su lucidez y así contó que el primer golpe en el corazón y en el cerebro lo recibió cuando los ingleses hundieron al crucero General Belgrano. Allí murió su mejor amigo y el estuvo a punto de subir en esa nave. Le tocó el destructor que tenía como misión patrullar al lado de ese barco heroico.

El Comodoro Py, bautizado así en homenaje de Luis Py, que comandó las fuerzas nacionales en el río Santa Cruz en 1878, tenía plataformas preparadas para disparar hasta 4 misiles Exocet. Era un buque que había dado fuego de apoyo naval en Vietnam a la armada de los Estados Unidos. Argentina lo compró por 500 mil dólares en diciembre de 1972. Francisco amaba ser marinero. Había debutado en la torpedera comandante Espora navegando durante tres meses en la instrucción. Pero el desgarro y la muerte le partieron la cabeza. Todo lo que vio y vivió en Malvinas le hizo estallar el cerebro y las emociones. Cuando entró en confianza con sus viejos camaradas dijo que cuando volvió al continente desertó. No quiso saber mas nada con las armas ni los uniformes: “además me case, me fui detrás de una loca”, dijo ante la carcajada de todos.
 
Hoy Francisco dejó de ser un NN. Ya tiene su obra social y la contención psiquiátrica que necesita. Es como un grito desgarrador que todavía dice como una letanía: “Las Malvinas, son argentinas, carajo”. Hoy el pueblito entrerriano de La Criolla sabe quien es Francisco Fherenbacher y lo respetan más que antes. Algunos dicen que peleó por nosotros en Malvinas. Otros dicen que es un loco de la guerra. Y tienen razón.