¿Qué le pasa a Aníbal Fernández con su propio apellido? Atacó a Alberto Fernández y a Jorge Fernández Díaz mientras está padeciendo un cerco político tendido por la presidenta Cristina Fernández. Son tres casos distintos.

Alberto está bebiendo de su propia medicina. Cuando estaba en el gobierno formaba parte con Aníbal de la oficina de descalificaciones de opositores y periodistas. Los Fernández aparecían por las radio como defensores mediáticos del gobierno y como castigadores oficiales del resto del mundo.

Hasta se armó una caricatura con sus bigotes. Hoy ambos están lejos del poder. Alberto volvió al llano y no encuentra el rumbo. Sufre una contradicción muy difícil de resolver. Dice que apoya a Cristina pero la presidenta lo acusa de traidor y ordena descargar sobre él venganzas de todo tipo, como las declaraciones de Aníbal, por ejemplo.

Es medio masoquista insistir en amar a alguien que solo le devuelve odio. Aníbal como vocero de la presidenta le dijo lo peor: que Alberto se cagó en la amistad de Néstor Kirchner, que durmió en la cama de Máximo y comió en la mesa familiar y que ahora se la pasa criticando como si fuera Macaya Márquez. Le ordenó que cierre el pico y se vaya a su casa como hace un caballero y que deje tirar piedras de la vereda de enfrente. Tanta ferocidad tuvo una respuesta en los mismos términos. Alberto le dijo energúmeno verbal que sufre complejo de inferioridad y le enrostró que ahora se disfrace de progresista para agradar a La Cámpora, y le recordó que cuando era intendente de Quilmes tuvo que salir escondido en el baúl de un auto.

Lo cierto es que Aníbal sigue en el cargo pero también está lejos del poder. Ambos Fernández perdieron a casi todos sus hombre en el gobierno y ambos son sospechados de haber sido duhaldistas cosa rigurosamente cierta. Aníbal fue vaciado de responsabilidades y ahora tiene bastante tiempo libre. Tal vez por eso, la empredió contra uno de los mejores periodistas y escritores argentinos, Jorge Fernández Díaz. ¿De que lo acusa? De tratar de ser equidistante. De hacer un esfuerzo gigante para no entrar en esa guerra venenosa entre buenos y malos en la que han metido a gran parte de la sociedad.

De practicar algo elemental en el periodismo que es la búsqueda constante de la verdad con la mayor honestidad intelectual posible para rescatar los aspectos positivos del gobierno y para marcar sus errores. A ese intento por aplicar la racionalidad que permite mantener la credibilidad que es el principal capital de un periodista, Aníbal le llama tibieza. Y utiliza la principal cita de Carlos Menem: a los tibios los vomita Dios. ¿Qué pretende Anibal de los periodistas? Hay tres posiciones posibles. Una es la crítica dura e implacable hacia el gobierno. Según la liturgia kirchnerista que recita Anibal, esos son golpistas empleados de Clarín o de Techint, o agrogarcas destituyentes.

La segunda postura es la de aquellos que apuestan a ser mas equilibrados, a rescatar lo positivo que hace el gobierno sin ocultar por eso sus torpezas. A esos periodistas, Aníbal los llama tibios. ¿Cuál es la única posición que queda? El verticalismo obsecuente que festeja todo lo que haga el gobierno. Ese periodismo mal llamado militante que gana fortunas en tres empleos o en cataratas de publiciad oficial que es incapaz de reconocer que alguna vez los Kirchner se equivocaron en algo. Algunos lo hacen por convicción ideológica y dejan de ser periodistas para trasformarse en propagandistas.

Otros lo hacen por dinero y se transforman en corruptos. Un mundo sin periodistas es el sueño de Aníbal y eso lo aprendió tanto de Néstor como de Cristina. Los que opinan distinto, incluso los ex amigos como Alberto, deben irse a su casa con el pico cerrado. Y los que buscan romper la trampa de que solo hay amigos y enemigos son acusados de tibios que vomitará Dios. Solo los que hacen saludo uno, saludo dos, tienen lugar en el paraíso kirchnerista. Obsecuencia y discurso único. Dos enemigos de la democracia.