Cuando los presidentes no quieren escuchar, los ciudadanos gritan cada vez más fuerte. Y como Cristina se negó a escuchar, un sector muy importante de la sociedad fue a gritar sus reclamos mas cerca, a la Plaza de Mayo o alrededor de la mismísima Quinta de Olivos. La protesta multitudinaria y extendida en todo el país fue convocada por la propia presidenta de la Nación con su tozudez, sus errores no forzados y con esa mala costumbre de negar la realidad.
 
Fue ella la que les mojó la oreja a muchos argentinos. Fue ella la que humilló a muchos que tuvieron la osadía de plantear una queja o una opinión distinta. Cristina fue la que convocó al cacerolazo mas temido. No hubo una sola publicidad en televisión llamando a los actos en las plazas y en las esquinas de muchas ciudades de la Argentina. No hubo un solo aviso en los diarios con la fecha, la hora y el motivo del encuentro. Fueron todos llamados por su bronca, por el hartazgo frente a tanto autoritarismo y a través de las redes sociales. Se convirtieron en “Los Indignados” argentinos. En los que ya no votarán a Cristina pero que aún no tienen decidido a quien votar. Todo ese apoyo que la presidenta perdió, todavía no lo capitaliza nadie. Hubo algunos dirigentes políticos en las marchas pero fueron a la cola del ciudadano común, se sumaron para apoyar algo que ellos no habían generado.

No se puede hablar todo el tiempo sin referirse a los principales problemas de una gran parte de los argentinos.

Si solamente se habla, no puede escuchar. Ni a la gente ni a sus propios funcionarios. Fue tanto el maltrato a tantos sectores distintos que Cristina fue sembrando de enemigos el país. Esto no quiere decir que el cristinismo se haya terminado ni mucho menos. Tiene legitimidad y legalidad constitucional. No hay dudas. Esto quiere decir que no tuvo la sensibilidad suficiente como para darse cuenta de que muchas de sus políticas molestan e irritan a mucha gente. Que a nadie le gusta que lo reten todo el tiempo y que le den cátedra de todo. Y que fue una torpeza muy grande compararse con Dios y plantear que hay que tenerle miedo.

El miedo debe ser extirpado de la vida democrática. Cuando Lula ganó en Brasil su primera presidencia la oposición quiso generar pánico en la población diciendo que se venía Fidel Castro. La noche que Lula celebró su amplio triunfo, se subió al escenario en San Pablo y dijo llorando: “La esperanza vence al miedo”.

La presidenta debería escuchar con la cabeza y el corazón abierto lo que dijo anoche la multitud. No debería discutir si hubo 100, 1000 o 100 mil. Lo importante es que en forma espontánea miles y miles se pusieron de acuerdo en repudiar la posible violación de la Constitución y expresaron su repudio porque hay tres palabras que comienzan con la letra “I” que la presidenta no menciona. La “inflación” que envenena la economía y destruye la credibilidad en las estadísticas públicas.

Decir que se puede comer por menos de 6 pesos por día, fue una provocación repugnante. La “inseguridad” que mata argentinos de todos los barrios y de todas las camisetas partidarias y la “impunidad” para que probados ladrones y corruptos sigan a su lado sin que se les mueva un pelo. Cada uno llevó su reclamo. Los que quieren hacer con su dinero lo que se les canta. Los que quieren comprar dólares o viajar. Los que reclaman libertad de prensa y menos ataques al pensamiento distinto. Un cartel hecho con una bandera argentina fue muy gráfico. Decía “Somos pueblo, no enemigos”.

Y los cantitos decían algo parecido: “el que no salta es de los Ka o el pueblo unido, jamás será vencido”. Algo nuevo surgió anoche. Cristina construyó su propio límite. Fomentó la rebeldía de los maltratados. Yo le dije que Edward Murrow, el periodista norteamericano perseguido por el macartismo dijo que una nación de ovejas, engendra un gobierno de lobos. Esto cambió. Quedó claro que Argentina no es país de ovejas.

Hay que decir también, para ser lo mas riguroso posible, que algunos, no todos, dieron rienda suelta a un nivel de odio contra el oficialismo que no se veía desde la época de Perón. Ese rencor y resentimiento fue sembrado desde el kirchnerismo generando una profunda fractura social que será el principal drama que tendremos que resolver entre todos.

Los alcahuetes de siempre le podrán decir a la presidenta que eran todos rubios de clase media como si los de La Cámpora, su guardia de hierro, fueran sudorosos morochos proletarios. Como si el gabinete no estuviera lleno de millonarios o varios no vivieran en Puerto Madero. Eran argentinos ejerciendo su derecho a la protesta. Eran argentinos que no quieren más mentiras. Están reclamando que la presidenta los escuche. Hay miles y miles de indignados que no tienen jefe. Quien quiera oír que oiga.