Mas droga, más crimen
Le voy a dar una información que es brutal, demoledora del relato progresista de Cristina.
Le voy a dar una información que es brutal, demoledora del relato progresista de Cristina. En la década ganada aumentaron en un 800% los homicidios en los barrios más humildes del Conurbano. Eso es para los que dicen, cargados de prejuicios e ideologitis, que la demanda social por una mayor seguridad es una bandera de la derecha y de los ricos.
El hilo siempre se corta por lo más delgado. Siempre los mas pobres y los mas débiles son los que mas sufren las calamidades producidas por la naturaleza o por los hombres. Y la inseguridad es una de las mayores calamidades que estamos padeciendo. Estos datos terribles no son míos. Pertenecen a un prestigioso sociólogo de apellido más prestigioso todavía llamado Javier Auyero. Es el hijo de Carlos, quien fuera uno de los mejores dirigentes que tuvo la democracia cristiana en la Argentina. Pero el muchacho tiene sus propios méritos y hoy ejerce como profesor en la Universidad de Texas.
En su imperdible libro titulado “La violencia en los márgenes”, un estudio riguroso de campo de tres años, que hizo con la docente María Fernanda Berti se prueba y se comprueba, se verifica y se certifica lo que el sentido común había anticipado: la droga es el gran enemigo a vencer si queremos derrotar a los delincuentes. La droga multiplicó la cantidad de robos y asesinatos y la crueldad de esos crímenes. No solo por su impacto farmacológico, es decir no solo porque a los pibes marginales les quema la cabeza y no saben lo que hacen. No solo por eso creen que la vida de los demás no vale nada porque la de ellos no vale nada. El carácter destructor de los lazos sociales de la droga es por la pelea entre los “transas”, los que comercian ese veneno llamado paco, cocaína o marihuana. En medio de esas batallas por quien se queda con la comisión de las ventas o en que lugar distribuye cada uno, es que se producen la mayor cantidad de tiroteos y muertes con armas de fuego.
El transa se juega la vida y se siente con derecho a hacer justicia por mano propia si un cliente no le paga lo que le debe o si su proveedor cree que se quedó con parte de su ganancia. Esa droga dinamita toda convivencia entre vecinos. Despierta odios, envidias, sospechas. Por eso se sienten con derecho a todo. A ejecutar de un balazo en la cabeza a un presunto buchón o a incendiar la casa de un presunto violador. El ajuste de cuentas es algo cotidiano. Lo saben los curas villeros que todas las noches escuchan tiros y todas las mañanas tienen que llevar al cementerio a algún habitante de la villa.
La policía, en muchos casos complica las cosas. Porque interviene para reclutar mano de obra para sus propias acciones corruptas. Extorsiona con el uniforme, organiza sus propias redes de traficantes, mira para otro lado cuando la cosa deriva en violencia sexual intrafamiliar. Y todo eso produce un desborde criminal. Es la ley de la selva y el ojo por ojo. Toda la comunidad recibe el impacto de ese clima. El libro asegura que la cárcel es un tema de conversación cotidiana entre los alumnos del colegio primario. Todos tienen un padre, un hermano o un amigo preso. La tasa de encarcelamiento aumentó en un 300% y la inmensa mayoría son pibes excluidos que no tienen otro futuro. Los pibes chorros, como dicen en las cumbias que reflejan esa violencia sistémica. Otro dato: la mayoría de los crímenes se produce en las inmediaciones de La Salada. Son asesinatos de oportunidad. Saben que la gente entra o sale con plata de esas gigantescas ferias informales a cielo abierto.
Después cuando se reparten el botín, hay otro espacio de conflicto que puede terminar a lo cuetazos o a los corchazos, como dicen ellos por quedarse con una alta llanta, como llaman a una zapatilla de alta gama y precio inaccesible. No hay estado en esos territorios abandonados de la patria. El lugar del estado es la violencia. La violencia es la que fija las reglas y establece lo que esta bien y lo que esta mal. Imparte justicia a tiros. El mas violento es el que manda. El que resuelve los conflictos en un lugar donde la democracia republicana no entra. Esta inseguridad muchas veces negada suele unir a los extremos ideológicos. Tanto el discurso de cierta derecha y de cierta izquierda suelen negar esta llaga abierta.
Ambos niegan la inseguridad por distintos caminos. El gobierno dice que no existe, que es una sensación que instalan las corporaciones y los medios hegemónicos y destituyentes y la derecha solo identifica como inseguridad a la que ocurre en los barrios de clase media para arriba. Solo basta comparar dos municipios del Conurbano para comprobar que mientras mas pobres son, mas inseguridad hay. Más muertos, más heridos, más robos a mano armada. Hay mucho que hacer para solucionar este drama.
Con las entidades barriales, repensando el rol de la escuela, con asistencia social permanente y hospitales de día y la lucha implacable contra la droga. Hay mucho que hacer. Pero lo único que no se puede hacer es negar la realidad. El que mira para otro lado se convierte en cómplice de este verdadero genocidio silencioso y cotidiano. Más inseguridad significa más muerte de argentinos.