La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. La sabiduría resignada de este concepto le pertenece a don Ernesto Sabato que hoy cumpliría 100 años. América Latina le debe a Ernesto Sabato el haber comprendido que para salir de las dictaduras había que enfrentar el pasado. ¿Sabe quien dijo esto? Ricardo Lagos. El ex presidente de Chile es uno de los intelectuales más importantes de habla hispana.

Una persona íntegra, valiente y solidaria. Y Ricardo Lagos dice que el “informe del Nunca más devino en clásico, en un documento eternamente actual”. Tal vez pueda ser resumido en una especie de rezo laico en el que se convirtió su prólogo sobre la desaparición de personas. Ese Nunca Mas que todavía estremece cuando se usa como grito de paz y en su relato: “unicamente así podremos estar seguros de que nunca más en nuestra patria se repetirán los hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado”. Reconozco que algunos lo humillaron y profanaron ese texto y le agregaron otro más oficialista que sincero.

O que otros prefieren pasarle facturas por su tristemente célebre reunión inicial con Videla cuando todavía ni la ficción podía ayudar a comprender la dimensión titánica del drama. Por todo esto, por sus grandezas y aún en sus errores, debemos decirle gracias, don Ernesto como Hemingway pero nuestro. Gracias por haber seguido firme pese a los golpes tremendos que le dio la vida. Por haber resistido viejito de tanta angustia por las muertes más queridas a las que ahora está visitando. Hablo de su Matilde amor deja tus labios entreabiertos y su gran hijo Jorge del talento y la profundidad que a veces regresaba desde el mas allá y le ponía esos anteojos oscuros que ya son un icono y lo hicieron cada vez mas chiquito y mas gigante.

Don Ernesto, este no es un discurso funerario para pronunciar sobre héroes y tumbas. No es mi intención bañarlo en bronce y transformarlo en un prócer lejano y perfecto. No quiero hablar de su muerte. Usted sabe que nadie se muere hasta que se muere la gente que lo quiere. Y hay cada vez más gente que lo quiere. Son los que dispusieron que usted viva 100 años más. Vivirá eterno en el corazón de los lectores. Aunque decir que usted fue y seguirá siendo un escritor es como mínimo una simplificación que no lo define en absoluto. Deja afuera tal vez su dimensión más importante. La de luchador a favor de la vida. La de militante en contra de todo autoritarismo. La de su austeridad republicana hasta para morirse. La de su honradez. La de romántico defensor de la pasión según Sabato. Por eso sus libros son apenas una aproximación al tamaño de su estatura. Siempre comprendió como ser uno y el universo y diferenciar brutalmente entre los hombres y los engranajes después de atravesar el túnel de su primera novela.

Gracias don Ernesto. Por haber elegido las palabras frente a los números, la fantasía frente a la ciencia y la libertad frente a la noche. La última vez que lo ví me di cuenta que usted ya sabía que dios le había reservado, igual que siempre, sus santos lugares. Santos Lugares para vivir y soñar con el escritor y sus fantasmas. Santos Lugares para ir a descansar con sus huesos. Dicen que muchos seres humanos con un solo párrafo bien escrito, justifican su existencia. Si así fuera, en su caso, yo elijo este: “solo quienes sean capaces de sostener la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. Murió de madrugada y fue velado por sus vecinos en el club social y deportivo de todos sus días. Jaime Roos me ayuda a decir que “dicen que se fue/dicen que esta acá/dicen que se ha muerto/ dicen que volverá/. Me gusta decirle don Ernesto. Es nuestra memoria colectiva.