Adolfo Pérez Esquivel es un ejemplo de honradez intelectual. No se dejó cooptar ni se calló ante ningún poder en la Argentina. El gobierno de Cristina lo ignora porque Adolfo no se calla. Tiene sueños compartidos con Nora Cortiñas pero no preside ninguna fundación y jamás manejó fondos públicos.

Por eso sigue viajando en tren y demuestra una austeridad franciscana. El no solamente luchó contra la dictadura. Estuvo preso en las cárceles de ese terrorismo de estado porque defendía los derechos humanos en una organización llamada Serpaj, Servicios de Paz y Justicia. Las diferencias con otros organismos que se pusieron al servicio del kirchnerismo es que Adolfo defiende las banderas que defendió siempre. Si los integrantes de los pueblos originarios son humillados y asesinados, allí esta él, denunciando la injusticia aunque el responsable sea un gobernador como Gildo Insfran, caso raro de señor feudal derechista que actúa de izquierdista en complicidad con La Cámpora. Adolfo lucha por un medio ambiente limpio y combate la megaminería cuando contamina. Y no le importa si el gobernador es otro amigo de Cristina como José Luis Gioja, que también está atornillado al poder de San Juan.

Adolfo se conmueve y pone el grito en el cielo ante la marginalidad y la pobreza que crece, o el paco que mutila las mentes de los más necesitados y le declaró la guerra a la desnutrición infantil. Y no le importa si la culpa de eso la tiene Cristina, Macri, Scioli o Bonaffi. Allí donde hay chicos con hambre está Perez Esquivel para denunciarlo. Eso lo hace más creíble. Vive como piensa.
 
Dice lo que siente. Reclama diálogo y menos confrontación. Por eso estuvo el viernes en la Plaza de Mayo. Por eso pidió justicia arriba del escenario y fue abrazado por los familiares de la masacre de la estación Once. Porque hizo lo que hace siempre. Fue coherente con su naturaleza. No se vendió. No dudó en decir que si los trenes siguen así es posible que se produzca otra tragedia como la del Sarmiento. No le tembló la voz para decir que el gobierno no acompañó a los familiares, no les dio contención, no los abrazó sobre su corazón como hizo Dilma Rouseff en una situación parecida en una discoteca de San Pablo.

Esto no lo convierte en un enemigo del gobierno aunque desde el gobierno muchas veces lo traten como si lo fuera. El apoya lo que va en línea con su pensamiento. Siempre bregó porque se reabrieran los juicios a los militares y no tuvo empacho en valorar esa actitud del gobierno. Pero eso tampoco lo convierte en socio del silencio. No se siente obligado a ocultar nada. Nunca fue agresivo y jamás se le ocurriría hacer un juicio a periodistas en una plaza pública o convocar a tomar el edificio de la Corte Suprema. Siempre desconfió de Schocklender y se lo dijo a Bonafini. Adolfo no es Hebe. Y puso el cuerpo durante el terrorismo de estado y lo condenó en todos los foros internacionales. Hoy camina más lento. De su cabeza surge una cabellera blanca que rodea como una corona su pelada. Tiene 82 años y sigue firme junto a sus convicciones.

En agosto de 1977, fue detenido y torturado, sin proceso judicial alguno. Estuvo en prisión 14 meses y en libertad vigilada otros 14 meses. Mientras estuvo en la cárcel de los genocidas recibió el Memorial de la Paz Juan XXIII, otorgado por Pax Christi International, entre otros reconocimientos internacionales.

En 1980 le otorgaron el Premio Nóbel de la Paz por su compromiso con la democracia y los derechos humanos con métodos no violentos. En su discurso de aceptación le afirmó al mundo que no lo asumía a título personal sino "en nombre de los pueblos de América Latina, y de manera muy particular de mis hermanos los más pobres y pequeños, porque son ellos los más amados por Dios; en nombre de ellos, mis hermanos indígenas, los campesinos, los obreros, los jóvenes, los miles de religiosos y hombres de buena voluntad que renunciando a sus privilegios comparten la vida y camino de los pobres y luchan por construir una nueva sociedad".
 
Un discurso de alguien que practica una religiosidad muy profunda y popular al que siempre han ligado a un sector de la iglesia católica que milita en el cristianismo de base.

Adolfo Perez Esquivel es pintor y escultor. Su padre era pescador y su madre, hija de una india guaraní. Su vida fue llevada al cine y la película se llamó “Otro mundo es posible”. Un título que define su entrega generosa para construir un país con igualdad de oportunidades para todos. Otro mundo es posible. Como Dios manda.