Padre del aula
El filósofo Tomás Abraham lo definió como el hombre más grande que dio esta tierra. Y subrayó que era un hombre, no un santo. El escritor Hernán Brienza reconoció que es el más progresista y al mismo tiempo el mas brutal de los liberales.
El filósofo Tomás Abraham lo definió como el hombre más grande que dio esta tierra. Y subrayó que era un hombre, no un santo. El escritor Hernán Brienza reconoció que es “el más progresista y al mismo tiempo el mas brutal de los liberales”. Domingo Sarmiento fue y sigue siendo el gran Maestro de la Patria. José Clemente, su padre fue peón de campo y arriero y combatió en las guerras por la independencia junto a Belgrano y San Martín.
El talento e inteligencia de Sarmiento empujaron la movilidad social ascendente. La prueba es que nació en el Carrascal, un barrio pobre de San Juan, llegó a ser presidente de la Nación y murió a los 77 años tan pobre como había nacido. Es la gran figura polémica de nuestra historia. Se puede hablar horas de sus grandezas y de sus miserias. No nos alcanzaría todo un año. Solo su obra escrita tiene 52 tomos y más de 15 mil páginas. Se puede decir que fue cascarrabias, mujeriego y que tuvo actitudes francamente discriminadoras sobre todo con los indios y los gauchos. Pero ayer fue el día del maestro y creo que en este espacio reducido de una columna hoy debo rescatar lo mejor de su luz de educador. Un poema dice que “sembró escuelas como soles a lo largo de la patria”.
Su dimensión de estadista lo llevó a fundar 800 escuelas en un país que según el primer censo que el también ordenó padecía un drama: 7 de cada 10 argentinos eran analfabetos. En 1871, la población de nuestro país era de 1.836.000 personas entre las que se encontraban 194 ingenieros y 1.047 curanderos, por ejemplo. En ese país de la injusticia social y la oscuridad, Sarmiento fue el motor de la educación como igualador social y como principal instrumento del desarrollo. Eso no se lo vamos a terminar de agradecer nunca. Fue el mejor combatiente contra la ignorancia y eso solo lo coloca como uno de los principales impulsores de la democracia y de los derechos de los más pobres.
Decretó la ley de enseñanza primaria obligatoria. ¿Se imaginan la aceleración del progreso que eso significó? Cuando asumió había 30 mil y cuando dejó la presidencia ya eran 100 mil los chicos que concurrían a la escuela. Es que eran leyes revolucionarias. Cambiaban la estructura de la sociedad y la hacían más justa y progresista. Le recuerdo solo algunos de los conceptos y valores que Sarmiento instaló para siempre en el inconsciente colectivo de los argentinos:” todos los problemas son problemas de educación. Las escuelas son la base de la civilización.” Faltaban 30 años para el 1900 y el ya decía que “se puede juzgar el grado de civilización de un pueblo por la posición social de la mujer”. O que “el buen salario, la comida abundante, el buen vestir y la libertad educan a un adulto como la escuela a un niño”.
Fue un verdadero visionario, un genio en su capacidad de enseñanza, un extraordinario escritor y un combativo periodista y político. Su concepto de educación para el desarrollo se adelantó un siglo. Gran parte de sus construcciones teóricas se siguen utilizando en la actualidad. No quiso que el saber fuera un privilegio de pocos. Propuso que toda la República fuera una escuela. Apostó al progreso científico, a las comunicaciones. El correo y el ferrocarril en ese entonces eran catalizadores de las mejores ideas y soluciones concretas. Fue un férreo defensor de las libertades civiles y un opositor feroz a los dictadores. “Bárbaros, las ideas no se matan”, dejó grabado por los siglos de los siglos.
En primer discurso presidencial dijo algo que todavía hoy tiene una vigencia impresionante y que es la síntesis mas perfecta de lo que debería ser la política: “el gobierno está para distribuir la mayor porción posible de felicidad sobre el mayor número posible de ciudadanos”. ¿Qué me cuenta? Ojalá fuera el objetivo que guíe a todos nuestros gobernantes. Paula Albarracín, su madre, le quiso poner Domingo pero no pudo. Por eso en su partida de nacimiento figura como Faustino Valentín Quiroga Sarmiento. A los 4 años ya leía de corrido y a los 15, se convirtió en maestro, tal vez su principal condición que no abandonó jamás. Hasta en la cárcel mientras fue preso político se dedicó a enseñar a sus compañeros de celda. Y luego se convirtió en maestro de maestros y no paró nunca de construir bibliotecas populares. Su himno que es el himno que nos ilumina reclama honor y gratitud para el y lo bautiza como corresponde: Domingo Faustino Sarmiento, Padre del Aula.