En la Venezuela de Hugo Chávez casi no existe el periodismo profesional. Es una especie en extinción. Los venezolanos están en las trincheras de una guerra ideológica sin tregua. Ya se sabe que la primera víctima de una guerra es la verdad. Hugo Chávez fracturó al país. Está polarizado como nunca en su historia.

Conozco el tema porque estuve en Caracas y porque sigo con atención su problemática. La situación es muy similar a la Argentina de Perón.

Para bien y para mal hay dos bandos muy marcados que se odian. Los sectores más humildes y las Fuerzas Armadas apoyan a Chávez y se expresan fundamentalmente a través de los medios de comunicación del estado. Ese periodismo militante y empleado público caracteriza a Chávez como una especie de “ángel salvador del pueblo”.

Los empresarios de las clases medias y altas combaten a Chávez y se expresan básicamente a través de los medios de comunicación privados. Ese periodismo militante de signo contrario lo define a Chávez como una suerte de “demonio rojo y autoritario”.

En medio de esas poderosas artillerías los periodistas profesionales e independientes son una minoría que casi no tiene lugar bajo el sol. Quedan pocos medios en donde se pueda criticar a ambos sectores. Decir, por ejemplo, que muchos empresarios periodísticos apoyaron el intento de golpe contra Chávez, pero para decir simultáneamente, con el mismo criterio de ecuanimidad, que Hugo Chávez también participó de un golpe de estado en su momento. Ambas informaciones son ciertas. Como que ha sido elegido por el voto democrático de los venezolanos pero también que tiene fuertes actitudes autoritarias y sueños de eternizarse en el poder que lo han llevado, incluso, a encarcelar a viejos aliados que tomaron distancia de bulimia de poder.

Como parte de esa lucha feroz Chávez cerró un canal de televisión, 36 radios y persiguió física y jurídicamente a muchos periodistas. Por lo tanto es una grosera caricatura que la Facultad de Periodismo de La Plata le otorgue un premio a la libertad de prensa. Es casi una broma macabra. Como bien dijo ayer en estos micrófonos Teodoro Petkoff podrían haberlo distinguido por su aporte a la justicia social, por ejemplo. Tiene sus méritos. Los más pobres de Venezuela tienen hospitales y escuelas que antes no tenían. Eso tendría mucha mas lógica que condecorarlo por lo que no es.

Es un enemigo de la libertad de prensa y un hombre que apuesta al discurso único en nombre de la revolución y que no duda en censurar todas las veces que sea necesario. ¿No saben en la universidad platense que Chávez endureció las penas por delitos de calumnias e injurias mientras en nuestro país, Cristina Fernández las despenalizó por orden de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos? ¿No saben que hay periodistas presos y exiliados por el delito de opinar? Chávez batió todos los record mundiales de utilización de la cadena nacional. Petkoff nos contó que esta semana en un día habló durante 7 horas por cadena y la radio y la televisión están obligadas a emitir sus palabras y no pueden poner en el aire su propia programación. Se puede decir cualquier cosa a favor y en contra de Hugo Chávez. Eso dependerá del cristal con que se mire.

Lo que jamás se puede decir es que merece un premio de una facultad de periodismo. Si el violento grupo Quebracho amenazó con custodiar el homenaje a Chávez está todo dicho. Uno de los radiodifusores más importantes de Venezuela, Nelson Belfort le dijo a Lili Berardi que darle este premio a Chávez era como homenajear a Hitler por su aporte al avance de la medicina. Humildemente, para desdramatizar y darle un toque irónico, nos permitimos sugerir otros premios a las autoridades de la universidad. A Ricardo Jaime una distinción por su honradez y ética como funcionario.
 
A Guillermo Moreno destacarlo por su rigurosidad y transparencia en la confección de estadísticas públicas. A Hugo Moyano por su capacidad para bailar ballet en el Colon y, finalmente, ya que hablamos de La Plata, a Martín Palermo se le podría dar una medalla a la valla menos vencida. Es que de todos lados se vuelve, menos del ridículo.