Yo tenía apenas 16 años cuando escuché hablar de Sacco y Vanzetti. En realidad, cuando escuché cantar. Porque Joan Baez hizo de su balada un verdadero himno por la justicia y en contra de todo tipo de discriminación. Fue la banda de sonido de la película en la que Gian María Volonté nos transmitía su rebeldía y su lucha por una sociedad mas justa. Hoy se cumplen exactamente 85 años de la ejecución de Ferdinando Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.

Fueron condenados a morir en la silla eléctrica acusados falsamente de un robo y un asesinato que jamás cometieron. En realidad, tanto un juez fachistoide y un tribunal manipulado asesinaron legalmente a dos personas a las que acusaban de delitos que no podían confesar porque no eran delitos. Sin confesarlo, los culparon de ser inmigrantes italianos pobres y encima, anarquistas. Aquel juicio que fue casi un linchamiento que duró 7 años se convirtió con el tiempo en un símbolo de la persecución xenófoba hacia el distinto, en la culminación del odio racial. Hace 85 años no había internet y las comunicaciones eran bastante precarias. La información tardaba mucho en llegar.

Sin embargo la indignación por las denuncias armadas contra Sacco y Vanzetti produjo protestas planetarias. No exagero. En todas las grandes capitales del mundo hubo manifestaciones, huelgas, ayunos, proclamas, actos de repudio. El internacionalismo proletario hacía lo suyo y el mundo era puro nervio inquieto y atento a lo que se venía. Diez años antes, la revolución rusa había derrocado al zarismo y llevado a los bolcheviques de Lenin al poder. Muchos de los científicos e intelectuales más importantes de todos los tiempos levantaron su voz para pedir por la libertad de Sacco y Vanzetti. Hablo de Albert Einstein, Anatole France, Marie Curie y los norteamericanos Bertrand Russel y George Bernard Shaw, entre otros. Todo el proceso estuvo viciado de las peores artimañas.

Con el paso de los años y el acceso tecnologías de balística mas modernas se comprobó que ellos no fueron los asesinos, que hubo testimonios falsos, pruebas alteradas, presiones y mentiras de todo tipo. El gran ejecutor fue el juez Webster Thayer que terminó sus días encerrado en un club de Boston, casi sin salir y custodiado las 24 horas hasta el día de su muerte. Thayer representaba una época de miedo al otro, de discriminación al extranjero y de susto por la posibilidad de que alguna de las propuestas anarquistas triunfara en los Estados Unidos. Decían que un inmigrante italiano tenía tantas chances de tener un juicio justo en Boston como un trabajador negro del algodón en Misisipi.

Saco era un zapatero nacido en Torremagiore y Vanzetti un vendedor de pescado de Villafalleto. Eran amigos y militaban desde jóvenes en el anarcosindicalismo revolucionario que lideraba Luigi Galleani. Fueron detenidos mientras viajaban en tranvía.

Huían porque días antes, un compañero de ellos, tipógrafo como muchos de los libertarios llamado Andrea Salcedo había sido asesinado en el departamento de policía. Lo habían arrojado desde la ventana de un piso 14. Algunos sostienen que se les escapó durante el interrogatorio, mientras lo tomaban de los tobillos y lo dejaban colgar en el vacío. Los proletarios del mundo se unieron como proclamaron Marx y Engels en defensa de la vida de Sacco y Vanzetti. Se convirtieron en una bandera universal de los derechos humanos. Jacques Brel los menciona en Marathón, y George Moustaki, tradujo al francés el tema que musicalizó Ennio Morricone . Sacco y Vanzetti fueron una leyenda que hoy cumple 85 años.

La canción de Joan Baez que fue compañera de Bob Dylan en todo sentido lo dice claramente: “esto es para ustedes, para Nicola y Bart. Descansarán siempre en nuestro corazón. Entre los que odiamos la esclavitud y amamos la verdad y la libertad”. Yo tenía 16 años cuando conocí la historia de esta injusticia criminal. Pero cada vez que escucho a Joan Baez la sangre me hierve de nuevo.