Sin cadenas y perpetua
Luis Abelardo Patti fue condenado a cadena perpetua en cárcel común por haber asesinado a Gastón Goncalvez. Eso le dio estricta actualidad a esta columna que escribí hace exactamente 12 años. Es una historia dolorosamente mágica que terminó ayer, como debe ser, con memoria, verdad, juicio y castigo.
Luis Abelardo Patti fue condenado a cadena perpetua en cárcel común por haber asesinado a Gastón Goncalvez. Eso le dio estricta actualidad a esta columna que escribí hace exactamente 12 años. Es una historia dolorosamente mágica que terminó ayer, como debe ser, con memoria, verdad, juicio y castigo.
Hay que viajar por el túnel del tiempo hacia aquel nefasto 24 de marzo de 1976. Los tanques en la calle, el terrorismo de estado que se venía multiplicado. Fue un día trágico para todos los argentinos pero para Gastón Goncalves fue definitivamente trágico. Porque ese día lo secuestraron y nunca mas se supo nada de él hasta que sus huesos aparecieron 20 años después en una tumba NN en el cementerio de Escobar. Terrible,¿no?
Una historia negra de aquellos tiempos negros. Gastón Goncalves había ido a visitar a su ex esposa María Mercedes. Se despidió de Gastoncito, su hijo de 6 años con un beso y un deseo: que Boca gane el domingo.
Se trepó al colectivo que lo llevaba a su trabajo y el panorama que se veía por la ventanilla era desolador: las botas, los cascos y los fusiles amenazantes como una película de guerra con las marchitas militares que salían de las radios como la banda de sonido. Se preguntó si era correcto ir a trabajar con semejante panorama. Era un blanco móvil. Su militancia en la Juventud Peronista lo había dejado muy expuesto. Dicho y hecho: apenas bajó del colectivo ya lo estaban esperando con la capucha lista.
Tal vez fue uno de los primeros detenidos desaparecidos del día en que comenzaron los crímenes de lesa humanidad. Gastoncito se quedó para siempre con las ganas de ir a ver a Boca con su padre. Y con 6 años tuvo que aprender de golpe en medio del golpe a escapar de las persecuciones. Once veces tuvo que cambiar de colegio, de casa, de barrio para escapar de las fieras asesinas. Un día acá. Una noche allá. Sin raíces, sin amigos y en silencio.
Tenía prohibido hablar de su padre desaparecido fuera de su casa. Aquel pibe triste encontró en la música su tabla de salvación. A los 12 años armó su primera banda con Juanchi y el Topo. ¿Quién se iba a imaginar que esos amigos iban a formar parte de Los Pericos? Si de Los Pericos. Tuvo un paso por Man Ray pero Gastoncito que hoy es Gastón y tiene 42 años hoy integra Los Pericos. Pero la historia no termina acá. Esta es solo una parte de la magia, un brazo del abrazo. Gastón se enteró que tenía un hermano. Que su padre desaparecido habría formado una nueva pareja con una joven que se llamaba Ana y que estaba embarazada de 5 meses aquel día quemante en que Gastón padre fue chupado, como se decía en esa época.
Ella y su panza escaparon como pudieron. Desesperados se refugiaron en una casa que fue destruida por los militares. Cuando Ana vio que se venían a sangre y fuego, envolvió al bebe en una manta y lo escondió en un placard. En esa casa eran tres adultos y no quedó nadie vivo. Un soldado, revisando el lugar, encontró al chiquito y se lo quiso apropiar. En el hospital lo salvaron pese a que llegó semiasfixiado. Ese milagro casi bíblico se hizo realidad porque la valentía de los médicos resolvió entregar al niño a un orfanato. Elena y Luis lo adoptaron y bautizaron Manuel a esa especie de Moisés.
Gastón y Manuel vivieron cada uno su vida sin saber que eran hermanos. Pero la magia no termina ahí. A los 12 años, Manuel se compró su primer casete. Era “El ritual de la banana”, el disco debut de Los Pericos. Se hizo fanático del grupo como si una luz superior lo iluminara. El bajista de ese grupo era Gastón, el hermano que él ni siquiera sabía que tenía. Pero la magia no termina ahí.
Viajamos a España. Son las cinco de la mañana y Los Pericos se están clavando la cerveza número mil. Recién había terminado un show multitudinario en Badalona. De pronto, a Gastón empezó a temblarle el pecho como si le fuera a estallar y eso lo obligó, sin saber bien porque, a llamar por teléfono a su abuela Matilde en Buenos Aires. ¿Se da cuenta lo que le digo? En medio del descontrol festivo de la espuma, Gastón sintió un llamado y llamó desde el otro lado del mundo. La abuela Matilde que había buscado a su hermano durante 20 años pronunció la palabra mágica: apareció.
Que palabra, hermano. Apareció es lo contrario a desapareció. Apareció Manuel. Apareció el hermano de Gastón. El otro nieto de Matilde. Es de Boca y fanático de Los Pericos, le dijo desde Buenos Aires. Gastón no lo podía creer. Lloraba de alegría. De pronto gritó: gracias a Dios, aleluya, apareció mi hermano, vamos carajo y muchas cosas más.
Sus compañeros de Los Pericos lo abrazaron como hermanos. Manuel y Gastón se encontraron en el más amplio sentido de la palabra. La vida democrática juntó lo que la muerte dictatorial había separado. Fueron juntos a dejarle unas flores a la tumba de su padre, miraron fotos amarillentas y a veces van a la cancha a gritar los goles y buscar en la Bombonera los abrazos perdidos con su viejo. Ese tajo brutal, esa herida histórica ayer fue cicatrizada por la justicia. Cadena perpetua para el asesino de su padre. Gastón y Manuel, ayer,escucharon el veredicto conmovidos. Ya pueden cantar Sin Cadenas… y está todo dicho.