Sobre héroes y tumbas (Primera parte)
¿Cómo se vive en Corea del Norte, el país más cerrado del mundo, cuyo líder, Kim Jong-un, reapareció después de más de un mes de ausencia?
El funeral de Kim Jong-il dejó a todo el mundo de piedra por su pomposidad. El Querido Líder, muerto el 17 de diciembre de 2011, no era el presidente de la República Popular Democrática de Corea. Tampoco lo es su hijo, Kim Jong-un, El Brillante Camarada. El régimen comunista reconoce como presidente eterno a Kim Il-sung, El Gran Líder, fallecido en 1994. Así como el difunto es el único que puede ocupar el cargo aunque no respire, su país sigue en guerra contra Corea del Sur. El conflicto por el cual se dividió la península dejó dos millones de bajas. Duró tres años. Terminó en 1953 con un armisticio, no con un tratado de paz.
En Corea del Norte, cada mañana, temprano, las sirenas preludian que "la revolución es un deber cotidiano" e instan a la gente a "construir un Estado socialista poderoso". La comida y la suerte de 25 millones de personas dependen de la caridad ajena. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) mantiene la tregua en la frontera más militarizada y extraña del planeta. Está en el paralelo 38. La llaman zona desmilitarizada. Es un eufemismo. Las dos veces que estuve en esos confines, en diferentes años y circunstancias, había más soldados que civiles.
A pesar de los campos improductivos, las fábricas cerradas, los apagones frecuentes por la crónica escasez de energía y la falta de elementos básicos en los hospitales, Corea del Norte destina la tercera parte del presupuesto a gastos militares por si algún demente decide bombardear los dominios del tercer Kim, proclamado delfín del clan monárquico en una fecha cabalística: el día 10 del mes 10 del año 10. Así como China inauguró sus Juegos Olímpicos el día 8 del mes 8 (agosto) del año 8 (2008), miles de norcoreanos redondearon la proclamación de su futuro líder en un acto masivo el 10 octubre de 2010.
El bautismo de fuego de Kim Jong-un resultó ser, un mes después, un brutal ataque artillero contra la disputada isla surcoreana de Yeonpyeong que mató a dos soldados y dos civiles y arrasó varias viviendas. El régimen había hecho alarde, días antes, de una nueva planta de enriquecimiento de uranio de la cual iba a valerse para aumentar su arsenal nuclear, probado con absoluta impunidad en 2006 y en 2009. La bravuconada, condenada por casi toda la humanidad, estuvo a punto de truncar la fórmula de “la paciencia estratégica” aplicada en las negociaciones a seis bandas con los Estados Unidos, China, Rusia, Corea del Sur y Japón.
Fue el primer ataque contra una población civil de Corea del Sur desde la voladura de un avión de Korean Air en 1987 y el primer bombardeo en suelo surcoreano desde el final de la guerra de Corea, entre 1950 y 1953. El Brillante Camarada, reaparecido ahora sobre un bastón tras más de un mes de misteriosa ausencia por presuntas razones de salud, mostraba músculo antes de ser líder. Había sido ascendido a teniente general en un par de semanas y era el vicepresidente de la Comisión Militar Central. Estaba al mando del cuarto ejército más numeroso del planeta, con 1,1 millones de soldados y 4,7 millones de reservistas.
Su padre, Kim Jong-il, de apenas 1,60 metro de estatura frente al 1,90 metro que ostentaba Kim Il-sung, llevaba los pelos de punta y usaba tacos para verse más alto. Era bebedor, mujeriego, cinéfilo y apasionado de los trenes y los coches de alta velocidad. Eligió para ocupar su lugar al más joven de sus tres hijos, nacido entre 1983 y 1984 e inscripto sin mención del día ni del mes en 1982 para hacerlo parecer mayor. El heredero natural era su primogénito, Kim Jong-nam, pero cometió el error imperdonable de ser detenido en 2001 en el aeropuerto de Tokio con un pasaporte dominicano falso; pretendía ir al Disneyland nipón.
En las afueras de Pyongyang, la capital de un país cerrado a cal y canto, “yace en estado de perpetuidad” el cuerpo del abuelo de El Brillante Camarada, Kim Il-sung, embalsamado y envuelto en la bandera roja del Partido de los Trabajadores (PT). El Presidente Eterno o Gran Líder, expuesto en un féretro de cristal, recibe pleitesía en el Palacio Memorial de Kumsusan, de 100.000 metros cuadrados. Lo rodean jardines arbolados, lagos con cisnes, estatuas, fotos y guardias. Es el muerto más custodiado y venerado del planeta, ridículamente inmortalizado por la propaganda gubernamental.
El cadáver, cuya estatua dorada de 35 metros de altura domina el horizonte, preside un despacho amplio y lujoso en el cual tiene vedada la entrada una sola mota de polvo. Es un comunista moderno, de traje y corbata. Su cabeza reposa sobre una almohada. Cada visitante, vestido de gala, debe inclinarse cuatro veces a medida que recorre en círculos el ataúd transparente. El 15 de abril de 1912, día de su nacimiento, fija el comienzo del calendario norcoreano.
La Idea Juche, mezcla de nacionalismo y estalinismo enhebrada como una filosofía patriótica, sojuzga las mentes y los corazones de los norcoreanos, condenados a la hambruna y la pobreza. En las retinas de la elite gobernante quedaron grabadas las imágenes de poderosos oficiales de la extinta Alemania Oriental vendiendo lápices en las calles tras la caída del Muro de Berlín. La difusión de los vídeos, ordenada por Kim Jong-il, pretendió ser un aviso del riesgo que corría esa minoría acomodada si osaba desmarcarse del régimen implantado por su padre, Kim Il-sung.
La gente nace, vive y muere en estado de guerra permanente. El sistema de castas, llamado songbun, marca a los norcoreanos como un eficaz método de control social. Están los leales, cercanos al poder por ser descendientes de aquellos que lucharon contra los japoneses desde 1910 hasta la Segunda Guerra Mundial y de los combatientes de la guerra de Corea; los vacilantes o dudosos, sospechosos de ser tibios o poco entusiastas con el régimen, y los hostiles, descendientes de los colaboracionistas con Japón y Corea del Sur. Son, según el régimen, viles desagradecidos.
Continuará
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