Su domicilio es el aire
Alguien que hizo feliz a River y a Boca (el equipo de Fernando y el mío) como don Adolfo Pedernera decía que para armar un gran equipo de fútbol había que buscar primero grandes personas y después grandes jugadores. Fernando Bravo entendió eso para sí mismo y para la gente que eligió para rodearse.
Alguien que hizo feliz a River y a Boca (el equipo de Fernando y el mío) como don Adolfo Pedernera decía que para armar un gran equipo de fútbol había que buscar primero grandes personas y después grandes jugadores. Fernando Bravo entendió eso para sí mismo y para la gente que eligió para rodearse. Es un excelente profesional al punto de decir que para mi es la radio misma y, a esta altura, comparte el olimpo de los héroes de la mitología con sus admirados Cacho Fontana y Antonio Carrizo.
Pero detrás o delante de ese maestro de ceremonias del micrófono está ese buen tipo que llegó desde San Pedro. Siempre cuento que cuando pasé del periodismo gráfico a la radio, algunos colegas que habían hecho antes el mismo camino me aconsejaron:”Tené cuidado de los codazos”. Se referían a esa hoguera de vanidades que suele encimar voces que pelean para ver quien dice primero. Con Fernando Bravo me ocurrió todo lo contrario. Me dijo que la radio era un aeropuerto y que cada uno de nosotros tenía su propio avioncito para volar. Y me dejó volar con toda libertad.
Jamás me palpó de ideas o intentó deslucir mi trabajo. Todo lo contrario. Fernando es un experto en colocar los cimientos de un programa de radio. Sabe construirlo con solidez desde el origen. Por eso sus programas y sus equipos duran tanto, se llevan tan bien y se convierten en pasión de multitudes. Pero si algo sabe por encima de todo es sacarle a cada uno lo mejor que tiene para dar. He visto como convirtió algunas piedras en diamantes. Como supo encontrar el mayor mérito de periodistas, productores o humoristas y convertirlos en poco menos que estrellas. Fernando sabe lo que quiere. En la radio y en la vida. Y sabe como concretarlo. Es una suerte de Javier Mascherano que tiene toda la cancha en la cabeza, que puede jugar en todos los puestos pero nunca pierde su condición de estratega. Tiene un humor que lo hizo famoso. Hay un estilo, un género braviano del chiste que explota al instante en el juego inocente de las palabras y en el pique corto. Y es el hombre de los medios que mas supo emocionar y emocionarse. Si la materia prima del periodista es la información, la de Fernando, un conductor en todo el sentido de la palabra es encontrar los climas necesarios para la felicidad de la carcajada o para la conmoción de las lágrimas. Nunca con el golpe bajo. Siempre con la palabra justa. Es un fabricante de estados de ánimo. Un mago que saca momentos de radio en estado puro de su galera.
En los últimos años tomó una decisión corajuda. “No me quiero llevar nada a mi casa”, dijo un día y pasó a opinar con sentido común y con intenciones de ayudar a la comunidad pero con una contundencia que muchas veces mete miedo. Tiene honestidad intelectual y una capacidad inmensa de reírse de si mismo. A todos los partidos que juega en su vida va con su familia. La lleva puesta en sus entrañas. “Saber perder es la clave que ganar cualquiera sabe”, dice y explica que es una de las enseñanzas campechanas y transparentes que le dejó Armando, su viejo. Cada vez que comete un furcio siente que todo el mundo está diciendo que es un boludo menos su madre Aída que se lamenta en donde esté: “Pobre nene”. A la Andrea de sus amores, el día de su casamiento, a dúo con Jaime Ross, le dijo todo cuando le dijo “que me voy a morir, amándote, amándote.” Te deja sin aliento cuando se le infla el pecho y habla de sus hijos y ahora de su nieto Santiaguito. Se enciende cuando le dice “abu”. Da la vida por el pibe y por sus padres, por Natalia y Adrián que lo parieron abuelo. Admira la belleza y la lucidez de Lucía con música de Serrat y siente que Nani es la continuidad del apellido, la herencia de los genes. Tienen el mismo amor la misma chispa. Son tal para cual. “Hacer un ADN sería tirar la plata”, dijo su hijo una noche en la que compartimos la felicidad alrededor de la mesa. La misma felicidad que hoy tengo de sentarme alrededor de este libro que es una fiesta, un testimonio y una necesidad para todos los que amamos la radio y la tele. Gracias por todo Fernando. Tengo una deuda eterna con vos.
Bravo, Fontana, radio