Sudor y lágrimas
El prolífico autor y director Javier Daulte ha ideado un atractivo juego teatral: sobre un mismo territorio, el vestuario de un club deportivo, propone una versión masculina y otra femenina de la pieza.
El prolífico autor y director Javier Daulte ha ideado un atractivo juego teatral: sobre un mismo territorio, el vestuario de un club deportivo, propone una versión masculina y otra femenina de la pieza. En el vestuario de hombres, un equipo de lacrosse se prepara para jugar la final de un campeonato en una ciudad de Hungría. El lacrosse es un deporte popular en Canadá y en algunas universidades de los Estados Unidos, pero poco conocido entre nosotros. No tiene mayor importancia para el desarrollo de la historia. Un equipo de jugadores y su entrenador se preparan para el partido final contra los húngaros y el vestuario estalla de tensión, risotadas, griterío y nervios, en una atronadora fiesta de ansiedad y testosterona. Desde la Argentina van a hacerles una nota periodística para algún medio, y durante un buen rato disfrutan de una cierta ilusión de protagonismo y mística deportiva: después de todo, es una copa mundial.
La convivencia en un vestuario puede contener todos los elementos de la tragedia, así como ráfagas de vodevil y toques de grotesco. Daulte transita por varios géneros en un relato horizontal, donde pronto comienzan a entrecruzarse los conflictos: las drogas estimulantes, las internas políticas sobre el manejo del club, la maledicencia como herramienta, las formas tibias de la lealtad. La pieza muestra sin piedad el humor grueso de los argentinos contra el funcionario húngaro que los recibe, porque entienden que no hablar castellano es una de las definiciones de la estupidez. Ese hombre, que en un punto parece divertirse con las tribulaciones emocionales de estos jóvenes atletas, va a pagar caro ese balconeo y ese tono de superioridad.
Son nueve jugadores en un pequeño espacio, sin contar el técnico y el anfitrión. Están cercados por el metal de unos armarios indomables, el miedo al fracaso o peor, a la mediocridad, y el sudor de sus propias desnudeces. Es cierto: en un vestuario de hombres puede caber todo un universo, especialmente ante un desafío y lejos de casa. El espectáculo se plantea en dos escenas, una antes del partido y otra después. El elenco es eficaz y la dirección acentúa el tono animado, casi exasperado de la situación. Con cierta resonancia de folklore barrial, sobre todo en cuanto a la homosexualidad real o presunta de algún jugador, la pieza sube y baja las escaleras infinitas del estadio y del relato. Es una idea original que no puede eludir algunos estereotipos de género, y que por eso mismo invita a indagar cómo será la simetría, qué tendrá de parecido y de diferente la versión femenina de la misma situación.
En el mismo escenario y la misma situación, es decir, partido final de una copa de lacrosse en Hungría, el “Vestuario de mujeres” también alberga toda clase de conflictos sentimentales y políticos, pero con argumentos diferentes. El momento de comunión mística no es una nota periodística sino una tirada del I Ching. La droga estimulante en este caso no es ilegal pero puede resultar igualmente dañina: es el amor, o peor, la fantasía del amor. Hay una anfitriona húngara, también, tan artera y distante como su figura especular masculina. El debate filosófico de las chicas es más sutil que el de los varones: ¿ganar o meter un gol? Requiere cierto trayecto intelectual reconocer que no es exactamente lo mismo. Aunque cualquiera de los “Vestuarios” tiene autonomía dramática y podría verse por sí mismo, la propuesta adquiere riqueza cuando se comparan los dos espectáculos, en un canon de rara y desigual armonía.
Los dos “Vestuarios” se pueden ver, en días diferentes, en el Espacio Callejón.