Sancho Panza observaba en el siglo XV que en el mundo había dos linajes, “el tener y el no tener”. Seis siglos después, 85 personas tienen tanto dinero como 3.570 millones, poco más de la mitad de la humanidad. Ese uno por ciento, como supo redondearlo el movimiento de indignados norteamericanos Occupy Wall Street, supone una amenaza para el sistema político y el económico. Sólo en los Estados Unidos, ese segmento ha concentrado desde 2008, cuando estalló la crisis, el 95 por ciento del crecimiento. El problema persiste: es la desigualdad, más allá de la preocupación que provoca la pobreza.
Del contexto no escapa ningún país. Menos aún los Estados Unidos, aunque hayan procurado alejarse de la responsabilidad mundial que asumieron después del derrumbe de la Unión Soviética. En ello radica la importancia de cada discurso sobre el Estado de la Unión, balance y perspectivas anuales de los presidentes norteamericanos frente a ambas cámaras del Congreso. Esta vez, Barack Obama procuró recuperar la iniciativa y remontar su magro índice de popularidad con la promesa de aumentar el salario mínimo de 7,25 dólares a 10,10. Tampoco escapa Obama a las generales de la ley: los políticos sufren un enorme desprestigio.
De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno: los ingresos conjuntos de las 10 personas más ricas del planeta son más altos que el costo total de las medidas de estímulo aplicadas en Europa entre 2008 y 2010. De esa magnitud es la brecha. En estas condiciones, según la organización no gubernamental Oxfam Intermón, “las élites económicas están secuestrando al poder político para manipular las reglas del juego”. No hay Quijote capaz de ir contra los molinos de viento, más allá de la decisión y la crispación que transmitan.
El contexto es desfavorable para todos, no sólo para los Estados Unidos. Grecia preside la Unión Europea desde el 1º de enero de 2014, pero roza la catástrofe humanitaria desde 2008. Dos de cada 10 portugueses viven por debajo de la línea de la pobreza. En Italia se duplicó el número de pobres entre 2007 y 2012. El total de desempleados españoles, seis millones, equivale a las poblaciones enteras de Dinamarca, Eslovaquia, Finlandia, Irlanda, Lituania, Eslovenia, Estonia, Luxemburgo y Malta.
En 2013 había 202 millones de desempleados en todo el mundo, cinco millones más que en 2012, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Por la crisis aumentó el índice de suicidios; reaparecieron enfermedades que se creían vencidas, como la malaria, el dengue y la tuberculosis, y disminuyó aún más la natalidad. En 2040, la población mundial mayor de 65 años superará en número a la menor de cinco años. Eso impactará en los regímenes de retiro y de salud. En Japón, con una esperanza de vida media de 83 años, la mayor del mundo junto con Suiza, ya se venden más pañales para adultos que para niños.
Con una medida de carácter doméstico, Obama quiso mitigar el reclamo de la clase media. Es la misma porción social que salió a las calles en Europa desde el comienzo de la crisis, que tumbó gobiernos en el norte de África durante la Primavera Árabe y que expresó su malestar en los países latinoamericanos con los mayores índices de desigualdad, Chile y Brasil. En ellos, como en los Estados Unidos, los reclamos de la sociedad civil desnudan la escasa o nula capacidad de reacción de las élites políticas y económicas o, en realidad, la necesidad de quijotes que no terminen creyéndose salvadores sin fecha de caducidad.