Todos somos Lucas
Anoche estuve con Paolo Menghini, el padre de Lucas. Venía de retirar el certificado de defunción de su hijo de 19 años. Fue el muerto número 51 de la masacre ferroviaria de Once.
Anoche estuve con Paolo Menghini, el padre de Lucas. Venía de retirar el certificado de defunción de su hijo de 19 años. Fue el muerto número 51 de la masacre ferroviaria de Once. Paolo estaba desolado hasta que le pregunte por Lucas y vimos un video en donde el pibe canta en el baño de su departamento y hace morisquetas frente a la cámara.
Ahí, Paolo me dijo algo tremendo. Que no es muy creyente pero que ahora se siente atravesado por una fuerza arrasadora que el cree es la energía de su hijo fallecido. Confesó que el nunca fue de liderar o de dar un paso al frente. Que siempre tuvo un perfil bajo en todas sus actividades, un tipo tranqui. Pero reconoce que ahora es como si Lucas lo habitara para darle fuerza y pelear contra la impunidad y para buscar que los responsables vayan presos.
La muerte de un hijo es tan atroz, tan contra natura que no tiene ni palabras para nombrarla. Hemos comentado varias veces que un hijo que pierde a su padre es huérfano pero que un padre que pierde a un hijo no encuentra definición en el diccionario. Es una catástrofe que produce un sufrimiento eterno. Esas fueron las palabras que eligió Paolo. Una catástrofe que produce un sufrimiento eterno. Un terremoto que deja un agujero negro, vacío en el lugar del corazón. Pero allí está Paolo y la madre de Lucas, María Lujan, de pié, con la única bandera del luto y con el objetivo de que todos los muertos puedan descansar en paz. Anoche me dijo que no siente odio y que nunca odió a nadie. Pero confesó que los “agarraría del cogote”, si se encontrara con algunos personajes que le decían que estaba todo bien mientras su hijo estuvo casi 60 horas muerto en el cuarto vagón. Finalmente la experiencia de Paolo como periodista y editor de video pudo encontrar a su hijo aplastado en la cabina del motorman.
En el documento que la familia Menghini leyó pocas horas después del siniestro mas siniestro de los últimos años ellos llamaron “desastre previsible” a lo que ocurrió. Y quieren que los responsables con nombre y apellido paguen por lo que hicieron o por lo que no hicieron.
Los irresponsables empresarios que no hicieron las inversiones correspondientes y los irresponsables políticos que no hicieron caso a las advertencias de los informes de todos los organismos de control, del periodismo independiente y de los propios usuarios que se cansaron de denunciar que esos trenes transportan ganado que va directamente al matadero. Hasta que un día nefasto, la tragedia se hizo. Ocurrió. Y hasta ahora no hubo ninguna medida de fondo por parte del gobierno. Una intervención por 15 días a TBA y punto. Es que el gobierno nacional, Julio de Vido y Juan Pablo Schiavi, entre otros, están en una situación complicada. Son socios en la explotación del tren de la empresa de los hermanos Cirigliano. Son corresponsables de lo que pasó. Hay una trama corrupta de subsidios millonarios y oscuros, de coimas y retornos y de complicidades que estalló por los aires el mismo día del choque del tren. Hay una figura emblemática que anda caminando por la calle que se llama Ricardo Jaime.
Los familiares de los muertos y de los heridos piden lo que siempre piden los familiares. Verdad, justicia, castigo y condena a los culpables. Que no haya impunidad. Que nunca mas mueran 51 personas en una masacre previsible, anunciada y evitable que nos enluta y nos indigna.
Los padres de Lucas fueron muy prudentes en el medio de su desgarro. A la única persona que acusaron con nombre y apellido fue a la ministra de seguridad, Nilda Garré. Justamente ella que es la responsable máxima de los bomberos y la policía federal que no encontraron a Lucas. Justamente ella que emitió ese comunicado maldito donde sugirió que Lucas murió porque viajaba en un lugar vedado. Culpar a la víctima es algo inadmisible. Sacarse de encima el tema apuntando a un pibe muerto, como dijo la familia es “vil, bastardo, bajo y canalla”.
Lucas era un pibe como tantos pibes de San Antonio de Padua. Amaba la música y ensayaba con su grupo y su guitarra en un garage del barrio. Sus letras eran profundas. Se atrevía con una mandolina y hasta con la quena. Lucas utilizaba todo lo que producía melodías. Le dolió mucho el descenso de River pero mucho mas la muerte del flaco Spinetta. Era un pibe con cara de pibe que se dejaba el bigote para parecer más grande. Su última gran felicidad fue cuando le pudo festejar el cumpleaños a su hijita Guadalupe Paz con el dinero que el había ganado trabajando en un call center.
Ese día final el se subió como pudo a ese tren fatídico para ir a laburar. Ese tren a esa hora solo lleva trabajadores. A los padres de Lucas les queda un esfuerzo sobrehumano por delante. Criar a su hija Lara, amar a la nietita que les dejó Lucas y que increíblemente se llama Paz, y ofrendarle la justicia a su hijo para que en su tumba pueda descansar en paz. No hay que dejarlos solos. No hay que olvidar. Todo está guardado en la memoria. Cualquiera de nosotros podría haber estado en ese tren. Hoy todos somos Lucas. Hasta que la impunidad se rinda.