Tres décadas a pulmón
Villa Gesell, por esa época, era el imperio del rock naciente. Los pelos largos, el aroma a pachuli, las guitarras de madrugada, arena y sexo. Por la calle 3 iba caminando un tal Alejandro Lerner. Vio a un gringo barbudo pegar unos afiches en los postes de la luz que invitaban al concierto de esa noche.
Villa Gesell, por esa época, era el imperio del rock naciente. Los pelos largos, el aroma a pachuli, las guitarras de madrugada, arena y sexo. Por la calle 3 iba caminando un tal Alejandro Lerner. Vio a un gringo barbudo pegar unos afiches en los postes de la luz que invitaban al concierto de esa noche. ¡Cantaba León Gieco, señores! Pegaba los afiches, también León Gieco. Todo a pulmón, podría decirse, pero esa es otra historia. Se pusieron a charlar porque estaban hechos de la misma melodía.
En poco tiempo, Lerner era el pianista invitado en el disco “La banda de los caballos cansados”. Fue como su bautismo. Esa esquina de la historia hizo que Lerner, igual que León, se transformara en uno de los musicalizadores más certeros de varios de los momentos históricos de los argentinos. Un día Malvinas nos desgarró el alma. Y “La isla de la buena memoria” de Alejandro nos hizo comprender mejor que no hay guerra que se gane, que las guerras se pierden todas: “Madre, me voy a la isla, no se contra quién pelear; tal vez luche o me resista, o tal vez me muera allá./Qué haré con el uniforme cuando empiece a pelear,/con el casco y con las botas, ni siquiera sé marchar”.
Hoy este cronista profundo de las cosas que nos pasan afuera y adentro de nuestro corazón está cumpliendo los 30 años de solista y por eso lo van a declarar “personalidad destacada de la cultura” en la Legislatura de la ciudad. En pocos días, este señor con cara de pibe que tiene una sensibilidad especial para radiografiar a sus hermanos se mostrará en el Luna Park en tres dimensiones con anteojitos y todo, con la última tecnología en una pantalla gigante de leds. Será su fiesta aniversario. Treinta años de cantar la justa.
Ya tiene editados 19 discos y vendió más de 3 millones de copias. Se dio todos los gustos porque es pianista, cantante, compositor y productor. Sabe lo que hace de ambos lados del mostrador. De la creatividad y de la industria. Siente la orgullosa influencia de monumentos del tamaño de los Beatles o Elthon John. Estuvo codo a codo en los escenarios con Paul Anka, Tom Jones, o Celine Dion y nuestros Miguel Cantilo con los dedos en vé, Piero del alma o Sandra Mihanovich de la solidaridad activa.
Cantaron sus canciones desde Luis Miguel a Mercedes Sosa pasando por Armando Manzanero. El amor y la realidad. Mi piel y mis ideas. La pareja y la sociedad, como dos caras de una misma moneda. Nada de lo humano le fue ajeno. El indulto de Carlos Menem quebró el espinazo de la memoria y Alejandro no pudo con su genio y puso nuestra angustia en contexto: “Porque después de tanto llorar /los veo salir de nuevo/ Porque no habrá perdón /porque no habrá consuelo/de que sirve el castigo /sin arrepentimiento”.
Era su plegaria por:” los que han sufrido/ y por los que no están/ Por los que se han ido a ningún lugar”.
Buscó su destino en Estados Unidos y eso le sirvió para encontrar la excelencia del jazz y la orquestación. Cuando estuvo parado al lado de Santana sintió que gran parte de sus sueños se habían concretado. Y pensar que después se fue de gira con él. Era como tocar con un emblema, con una estatua de sinfonías.
La vida le dio sorpresas a Lerner. Miguel Abuelo y Cachorro López lo convocaron para integrar la reencarnación de Los Abuelos de la Nada a principios de los 80. Alejandro prefirió tomar el camino de solista y recomendó para ocupar ese lugar a un pibe que recién empezaba, un tal Andrés Calamaro. Lerner nadó contra la corriente y nació un salmón.
Se le hizo difícil mantenerse en ese viaje, sin saber a donde iba, en realidad. Todo a pulmón fue su emblema para proclamar que “difícil se me hace/mantenerme con coraje/ lejos de la transa y la prostitución.
Alejandro Lerner dijo muchas verdades y destruyó muchos dogmas anquilosados. Fue profundo y provocador al decir que defendió su ideología, buena o mala pero suya, tan humana como la contradicción.
Su estatura humana la demostró un día de luto parado frente al cadáver de Juan Alberto Badía. Sintió la necesidad de cantar “Let It Be” de los Beatles como despedida. Y todos se sumaron para dejarlo ser con el corazón en llagas.
Y finalmente ese himno a la posibilidad de caerse y levantarse que es la virtud mas humana. Esa apuesta al esfuerzo y a no bajar los brazos jamás que tanto no sirve en los momentos más duros. Si un texto justifica a un artista, Alejandro, con “Volver a empezar” tiene el olimpo asegurado. Sobre todo cuando propone que “No se apague el fuego/ queda mucho por andar/ y que mañana será un día nuevo/ bajo el sol… para volver a empezar. Si un suceso justifica a un ser humano, Luna, su hija de tres años es la razón de su vida.
Una luna de dicha para volver a empezar la vida. Y para diseminar canciones como semillas por toda la Argentina