Trump atiza el fuego en su propia tropa
Los republicanos están preocupados ante la posibilidad de perder la mayoría en el Congreso en 2018 si le siguen el tren a su presidente, embarcado en su reelección en 2020
WASHINGTON. - Donald Trump es el primer presidente de Estados Unidos que no ha presentado su declaración de impuestos en tiempo y forma. Se jacta de ello, como si viviera al margen de la ley, así como de los beneficios que obtiene con su apellido en la marquesina del hotel que inauguró poco antes de las elecciones de 2016 sobre la misma avenida de la Casa Blanca: Pensilvania. El hotel, a cinco cuadras del Despacho Oval, se ha convertido en el polo de atracción de republicanos, demócratas y lobbistas. No sólo de ellos, en realidad, sino también de mandatarios, funcionarios y diplomáticos extranjeros.
Eso entraña un dilema: ¿puede el presidente recibir pagos de otros gobiernos? No, en principio. Los abogados de Trump dicen que son legales mientras fiscales y grupos civiles insisten en denunciar la presunta incompatibilidad. Trump no acusa recibo. Ya anunció el eslogan para su reelección en 2020. De “Make America great again (Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez)” pasará a ser “Keep America great (Mantengamos grande a Estados Unidos)”. Antes, en 2018, los republicanos deberán lidiar con las elecciones de medio término para mantener la mayoría en ambas cámaras del Congreso. Tampoco parece importarle.
Muchos creen que Trump ha renunciado al papel de líder del partido, habitual en los presidentes de Estados Unidos, para dedicarse a apuntalar a su propio movimiento o apuntalarse a sí mismo. Lo proclamó apenas supo que había ganado las presidenciales, cual abanderado del malhumor social. El alejamiento de la rutina partidaria implica súbitas alianzas con legisladores demócratas para domar el gasto federal u otros fines inmediatos. Eso, infieren propios y extraños, refleja su estilo de gobierno: se inclina más por la transacción (tanto me das, tanto te doy) que por la estrategia.
Pocos republicanos se atreven a enfrentarlo, temerosos de un ataque electrónico, vía Twitter, capaz de liquidar sus carreras. Los seguidores de Trump, afectos a ir contra la corriente, se nutren de un ecosistema de noticias cerrado, diferente del que vuelcan a diario los medios de comunicación. En ellos, según Trump, abundan las fake news (noticias falsas), alimentadas por una raza, los periodistas, que debería ser sometida a una suerte de limpieza étnica. Eso plantea una disyuntiva entre los republicanos: seguirle el tren a un ególatra o cortarse solos ante la posibilidad de perder sus bancas.
En más de una ocasión, Trump criticó a los suyos por no haber convalidado sus proyectos de ley o por haber fallado en la sanción. Sobre todo, en la abolición de la Ley de Sanidad Asequible u Obamacare. Llamó a los republicanos “perdedores absolutos” y “estúpidos que pierden el tiempo”, y los instó a “cambiar las cosas” porque los demócratas “se están riendo de ustedes”. En parte, Trump y los republicanos deben el santo grial de la Casa Blanca a la promesa de revocar y sustituir esa ley. Un instrumento que no puede demoler por decreto.
El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, parece dispuesto a pagar el precio de sufrir humillaciones a cambio de lograr un enorme recorte tributario que favorezca a las corporaciones. Es la base del ideario conservador, enemistado desde siempre con el establishment de Washington. Ryan, como otros, debió aprobar con una sonrisa la vanidosa observación de Trump cuando inauguró el Trump International Hotel en la antigua sede de correos, de propiedad estatal: “¡Qué salón tan espléndido! Debe de ser un genio quien haya construido este lugar”. Hablaba de sí mismo. En síntesis, “únete al estilo de vida Trump”, como dice la publicidad del hotel.
Tradicionalmente, los presidentes de Estados Unidos han puesto sus activos en manos de fideicomisos ciegos (gestores cuyos nombres desconocen). Trump delegó esa misión en su hijo Eric. El estilo de vida Trump, bajo sospecha por las reservas de habitaciones y del salón de baile hechas por Kuwait, Arabia Saudita y Turquía, entre otros, incluye reproches a las cadenas de tiendas que cancelaron la línea de productos con la marca de su hija Ivanka, recomendada sin pudor por televisión por Kellyanne Conway, asesora de la Casa Blanca. Otro conflicto de intereses de la era Trump, siempre desafiante, casi al margen de la ley. Un estilo de vida y de gobierno.
Publicado en Télam
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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