Extrañamos tanto a la Negra de la patria. Es que el destino iluminó a Mercedes Sosa desde su génesis. La hizo nacer el mismo día y en el mismo lugar que nuestra independencia. Un 9 de julio y en Tucumán. Fue una señal muy clara de lo que se venía. Igual que la Negra haya nacido el mismo año de la muerte de Carlos Gardel, nuestro gran cantor nacional. Como si el camino de la gran morocha argentina fuera tomar la posta y convertirse en nuestra gran cantora nacional. Mercedes se fue convirtiendo en una bandera argentina que sintetizó muchos de los sueños libertarios de aquel 9 de julio de 1816. Ella fue y seguirá siendo mucho más que una artista. Fue un emblema celeste y blanco que flameó en todo el mundo. Tuvo raíces y rostro para ser nuestro símbolo.

Tuvo coraje para encarnar la libertad cuando fue condenada a la persecución y al exilio. Y será la voz de nuestra identidad por los siglos de los siglos. Mercedes y la Independencia, dos flores autóctonas del mismo jardín de la República. Una noche de guitarras encendidas y combativas con su esposo y con Armando Tejada Gómez engendraron el Movimiento del Nuevo Cancionero que le sumó el grito de la crítica social al canto del paisaje y el hombre. Nunca terminaremos de agradecerle a un patriarca venerado como Jorge Cafrune que la haya presentado en el escenario mayor de Cosquín.
 
Ella, puro poncho y bombo leguero, ella puro cabello negro azabache y voz de la tierra, se ganó el corazón de todos. Y la sangre rebelde de Mercedes empezó a circular por las venas abiertas de la bendita Argentina. En aquél despertar decían que era “La voz de la zafra”. Hoy sabemos que fue, es y seguirá siendo, “La voz de la patria”. Muchos no le perdonaron que hablara contra las desigualdades y el autoritarismo. Muchos no le perdonaron que hablara de una patria grande latinoamericana. Muchos no le perdonaron que se convirtiera en prenda de unidad entre una generación de artistas talentosos que venían del folklore como Víctor Heredia y León Gieco, sus hijos de la vida y otros también artistas y talentosos que venían del rock como Charly García y Fito Páez que también la adoptaron como su Pachamama

Fue la madre de todos ellos y la madre de todos nosotros. Nos cobijó con su gran poncho tímido y generoso. Nos abrigó el alma con su arte aún en los momentos más tenebrosos. Hubo épocas en que ir a escuchar a Mercedes Sosa era un acto de resistencia. Recuerdo más de 100 personas detenidas en un boliche de La Plata cuando la dictadura recién empezaba a mostrar sus garras. Recuerdo una actuación en el Gran Rex con amenaza de bomba y cola para comprar las entradas entre patrulleros, carros de asalto y las miradas amenazantes e inquisidoras de habitantes de falcon verdes sin chapa. Le hicieron la vida imposible con amenazas de la Triple A y hostigamientos de todo tipo. Censuraron su música y su palabra. La empujaron al destierro. Fuera de Tucumán, lejos de su madre y de su tierra sufrió como pocas. Sufrió su corazón y su voz. No aguantaba el desarraigo.

Pero un día glorioso de 1982 pudo volver y el teatro Opera se llenó 13 veces. La bienvenida eran ovaciones y consignas que anunciaban que la dictadura se iba a acabar. ¿Se auerda? Pasó lo mismo cuando volvió a Tucumán. Al estadio del club San Martín donde pocas veces floreció una fiesta semejante. Los encendedores se levantaban como antorchas y ella traía un pueblo en su voz. Ella, tan solita con su poncho, tan Negra, tan Mercedes y tan Sosa. Miraba al cielo y cantaba con la fuerza de un huracán revolucionario. Había terminado la tortura del exilio. El humillante castigo del destierro. Hasta el último día se ganó el pan con el sudor de su garganta y siguió sembrando solidaridad y derechos humanos a su paso. Mercedes Sosa de la dignidad. Mercedes Sosa de la patria de todos. Bandera cultural y canto a nuestra independencia. Morocha argentina como el morocho del abasto. Hace un año se fue a la tierra a cantar su serenata. El rezo laico que duda entre el dolor de quedarse y la muerte por ausencia. Hace un año nos quedamos huérfanos de cantora nacional.

Sosa, Heredia, Gieco