Una guerra fuera de foco
La guerra entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj, la República de Artsaj, refleja el fracaso de la diplomacia en medio de la pandemia
Si toda guerra representa un fracaso de la diplomacia, como dejó dicho el parlamentario británico Tony Benn sobre las del Canal de Suez, Malvinas, Libia e Irak, la de Nagorno Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán refuerza su teoría. Era una guerra acallada hasta que espabiló de buenas a primeras, en julio de 2020, los fantasmas de los 25.000 muertos y de los casi 700.000 desplazados entre 1991 y 1994. En 1988, poco antes de la desintegración de la Unión Soviética, a la cual pertenecían ambas naciones, Azerbaiyán reclamó como propio el territorio, llamado a sí mismo República de Artsaj, cuya población vive al cobijo de Armenia. Fue el comienzo.
Ambos bandos, separados por la llamada Línea de Control, se acusan mutuamente de haber efectuado ahora el primer disparo. La culpa, como en toda guerra, es del otro. El primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, y el presidente azerbaiyano, Ilham Alíev, alertan a los suyos sobre la gravedad de la situación. Mensajes cruzados en medio de una pandemia que supera el millón de muertos. Pequeño detalle, parece. Más allá de las resoluciones de la ONU a favor de Azerbaiyán, la guerra involucra a terceros en discordia: los presidentes de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a favor de Azerbaiyán, y de Rusia, Vladimir Putin, árbitro entre dos aliados.
Putin suma de este modo un nuevo brete en su agenda. Lidia con Ucrania tras la anexión de Crimea, Siria tras el apoyo militar al dictador Bashar al Assad, Libia tras la intervención a favor del mariscal de campo Jalifa Hafter, Bielorrusia tras la enésima reelección de Aleksandr Lukashenko y, en casa, el envenenamiento de su principal opositor, Alexei Navalny. La guerra entre un país de mayoría cristiana (Armenia) y otro de mayoría musulmana chiita (Azerbaiyán) ahonda aún más las diferencias, así como la intromisión de otro de mayoría musulmana sunita, Turquía, empeñado en no reconocer el genocidio armenio, perpetrado a comienzos del siglo XX.
Azerbaiyán ocupa la región armenia de Najicheván, donde Erdogan pretende instalar una base militar, y Turquía se jacta de ser la dueña del monte Ararat, símbolo nacional de Armenia. Erdogan y Putin procuran mostrarse cercanos, pero en Siria cada uno juega su partido y en Libia respaldan a facciones enfrentadas. En medio de la escalada en Artsaj, reconocido por siete Estados norteamericanos y el Estado australiano de Nueva Gales del Sur, Erdogan no dudó en criticar al “trío de Minsk”. Un tiro por elevación contra Francia y Estados Unidos que apuntó a la cabeza de Rusia y al pecho de la Unión Europea por su deseo de incorporar a Chipre, renuente a reunificarse merced al rechazo de la República Turca del Norte de Chipre, arropada por Turquía.
En manos de ese grupo, el de Minsk, fundado al fragor de la guerra de los noventa bajo el alero de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), quedó la solución del diferendo entre Armenia y Azerbaiyán. Sin resultado. El estado de guerra perdura desde 1991, así como el celo del gobierno de Alíev cuando un extranjero ingresa en Stepanakert, la capital, sin su autorización desde Armenia. En la lista negra de “visitantes ilegales” hay 1.020 personas de diversas nacionalidades. Una muestra de debilidad, más que de fortaleza, de modo de evitar la impresión ajena: idioma armenio, moneda armenia, bancos armenios...
En 2006, la anexión de Artsaj a Armenia, reclamada por medio de un referéndum de autodeterminación, aumentó la tensión en el Cáucaso. El Consejo de Seguridad de la ONU falló a favor de Azerbaiyán, pero Armenia se opone y aboga por la participación del gobierno de Artsaj en las negociaciones. Desde la guerra de los cuatro días de abril de 2016 y las escaramuzas de julio de 2020, ambos bandos mantienen la guardia en alto. Esta vez, la escalada pasó a mayores, con graves daños y decenas de víctimas. Entre ellas, civiles que no sólo deben guarecerse de las explosiones, sino también del coronavirus.
Rusia mantiene bases militares en Armenia, pero le vende armas a Azerbaiyán. En ese país, a su vez, Estados Unidos tiene una base de radares. ¿La importancia estratégica? Dos oleoductos y un gasoducto parten de sus entrañas hacia Europa. Alíev heredó el poder de su padre, Heydar, presidente desde 1993 hasta 2003. En febrero de 2020 adelantó nueve meses las parlamentarias. Su partido se alzó con el 99,8 por ciento. Disolvió la Asamblea Nacional. La OSCE y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa expresaron su frustración. ¿Sospechas de fraude? Obtuvo más ventaja que Lukashenko, el último dictador de Europa.
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