Tal vez ese nombre la marcó para siempre. Utilísima se llamó el programa de televisión que la hizo popular y querida. Utilísima es, también, una manera de definir como entendió su paso por la vida. Porque Patricia Miccio demostró en todo momento su vocación de servicio, su permanente ayuda a los demás, su militancia solidaria permanente. Ser útil a los demás. Utilísima como mandato. Como forma de entrega.

Como un camino desde su devoción por la Virgen María hasta su último suspiro. La vida premió y castigó muchísimo a Patricia. La tuvo 56 años a los besos y los cachetazos. Y ella respondió siempre con la misma entereza, con el mismo coraje y con una elegancia que iluminaba todo lo que tocaba.

Hermosa por donde se la mire. Capaz de triunfar por belleza propia en el mundo glamoroso de la moda, de exhibir su carisma, su formación y su capacidad de comunicación como conductora en la tele. Pero si algo fue Pato, como la llaman sus amigas, fue una luchadora incansable.

Nunca bajó los brazos, nunca se entregó. Perdió un embarazo muy avanzado de mellizos y se levantó. Le puso el pecho a la vida y el maldito cáncer la golpeó precisamente allí.

En ese cáncer de mama tan temido, que es la primera causa de muerte oncológica entre las mujeres argentinas. Y dedicó parte de su vida a combatir la ignorancia y la parálisis que produce semejante drama. Y escribió un libro. Y se convirtió en una difusora de todos los mecanismos de prevención que ayudan a la detección temprana. Alrededor de 16 mil mujeres por año padecen esta enfermedad que si se diagnostica rápidamente tiene excelentes resultados. Nueve de cada diez mujeres siguen viviendo en buenas condiciones y sin tener que sufrir la mastectomía, es decir la extracción de una mama, ese fantasma tan temido. Porque los senos son una parte fundamental de la identidad femenina.
 
La sensualidad de sus formas, ese objeto del deseo masculino y la capacidad de alimentación y abrigo con el que nutren a los hijos. Pocas cosas con tanto valor simbólico como las tetas, para llamar a las cosas por su nombre. Patricia Miccio utilizó el coraje para levantarse y arrinconar a ese cáncer. Escribió un libro al respecto. Nunca ocultó su mal. Tapó con pañuelos floreados la calvicie pasajera que le produjo la quimioterapia y apeló a vestidos sueltos para disimular algunos kilos de más. Siempre con una sonrisa, siempre dispuesta a ayudar al prójimo y a amarlo como a si misma.

Su primera recomendación a las mujeres fue la mamografía rigurosa anual, y la necesidad de que se palparan los pechos y las axilas para tratar de identificar cualquier cambio en el tejido, cualquier secreción, hundimiento de la piel o cambio de color, o bulto o dureza que apareciera.

Esa es la principal manera de luchar contra el cáncer de mama. Orlando Molaro, un amigo que la conoció mucho contó algo más.Ella condujo muchas veces la fiesta para recaudar fondos para el hospital Garraham y la Fundación Ronald Mc Donalds. Pocos sabían que esa era solo una parte de su tarea.
 
Como una madrina tiempo completo visitaba a los pibes que dolorosamente también sufrían enfermedades oncológicas o que esperan un transplante. Acariciaba sus cabecitas peladas y les inyectaba miles de dosis de optimismo. Si hasta llenaba el living de su casa con los regalos que envolvía personalmente y que luego se subastaban para conseguir fondos. Yo la conocí en el comedor los Piletones, en el reinado de Margarita Barrientos y acompañada por Juan Carr. Era increíble la capacidad que tenía para relacionarse con los más chetos de los chetos y con los más pobres de los pobres. Se burlaba de los prejuicios. Iba del Conrad a la villa. Princesa y diosa. En las relaciones humanas tenía la misma plasticidad con la que deslumbraba a los hombres al desfilar por la pasarela.

Era bellísima por dentro y por fuera. Paseaba con sus tacos entre celebridades y grandes marcas y se ensuciaba en el barro de los barrios mas necesitados con la misma naturalidad. Su lema era: siempre se puede. Bautizó a su empresa con un nombre japonés: Takkai, que significa persona que mira hacia delante. Francis de 25 y Axel de 16 años, sus hijos, pueden estar orgullosos. Sus amigas la pueden levantar como un emblema. Tete Coustarot, una de ellas, dijo que Patricia “fue el faro de las mujeres que sufrían su mismo mal”. Y acá esta la clave. Igual que su admirado Sandro utilizó sus pulmones destruidos para sumar conciencias en la lucha contra el cigarrillo; ella se puso como ejemplo con su tumor. Finalmente el cáncer la derrotó. Pero ella ayudó a cientos de mujeres a que derrotaran al cáncer. Puede descansar en paz. Fue utilísima, en todo el sentido de la palabra.