Vencer no es convencer
Como ocurrió otras veces, el Estado Islámico utiliza a la religión como excusa para imponer su califato en Irak, Siria y, de ser posible, otros países, mientras persigue y masacra a aquellos que considera infieles
En las fachadas de las casas de los cristianos de Irak, los fanáticos del Estado Islámico (EI) garabatean la decimocuarta letra del abecedario árabe, nun (ن). Parece una carita sonriente con un solo ojo. Es la inicial de la palabra nasrani (nazareno). Los llaman nazarenos (nasara, plural de nasrani) por su fe en Jesús de Nazaret. Son presas del pánico frente a la limpieza religiosa, pariente de la étnica, que emprende el grupo sunita. Los moradores de las casas, sujetos a la sharia (ley islámica), deben convertirse al islam o, en el mejor de los casos, huir para no ser decapitados, crucificados o fusilados; las mujeres corren el riesgo de ser violadas o humilladas.
La religión vuelve a ser motivo de conflicto. En realidad, pocas veces ha dejado de serlo. El discurso político siempre procuró nutrirse de inspiración divina y contenido épico. En 1966, la revista Time se preguntó: “¿Dios ha muerto?”. En esos años, la modernización y las libertades amenazaban con debilitar a la fe. Cuatro décadas después, en 2006, la revista Foreign Policy se preguntó: “¿Por qué Dios está ganando?”. En esos años, la vuelta a la religión como refugio quedó en evidencia en la reelección de George W. Bush en los Estados Unidos en 2004 y las victorias de Mahmoud Ahmadinejad en Irán y de Hamas en Gaza en 2006, así como la supervivencia de Hezbollah en el Líbano tras la guerra contra Israel.
Los presidentes de los Estados Unidos no tienen más que echar mano a sus bolsillos para recrear la fe. Es la única nación fundada sobre un credo, según el escritor inglés G. K. Chesterton, con la leyenda In God We Trust (Confiamos en Dios) aplicada a todas las monedas desde el gobierno de Dwight Eisenhower (1953-1961). En ese origen encontró Bush la base conservadora que, celosa de sus valores, se movilizó por su reelección en 2004. El ex canciller alemán Gerhard Schröder dijo alguna vez que su par norteamericano, considerado a sí mismo un new-born christian (cristiano renacido), oía voces y admitía que era un elegido de Dios.
Fuera de los Estados Unidos, el papa Benedicto XVI perdió parte del capital dialogante que había amasado Juan Pablo II con su oscura referencia a la presunta violencia del islam, preso de una minoría radical que esperaba eso: ser satanizada. Del mote auto infligido de “presidente de la guerra” se ufanó Bush desde que trazó el “eje del mal” sobre la base de la religión, fuerza que rige, en los Estados Unidos, la política, la identidad, la cultura y la conducta. De ahí la sorpresa frente a los triunfos electorales de un ortodoxo que reivindicaba la revolución islámica de 1979 en Irán como Ahmadinejad, negador del Holocausto y de Israel, y de un partido religioso como Hamas en Palestina, enfrentado con Israel, como Hezbollah en el Líbano.
Tampoco fue casual que las caricaturas de Mahoma, publicadas entre 2005 y 2006 en Dinamarca, provocaran disturbios en sitios tan distantes entre sí como Beirut, Yakarta, Londres y Nueva Delhi. ¿Detrás de la política asomaba la religión o detrás de la religión asomaba la política? Con la religión en auge, utilizada ahora por el EI en Irak y Siria, no pocos creyentes, conversos, ateos y agnósticos encontraban en Bush miga para estridencias. Las heredó Barack Obama, sospechoso en su país de haber sido musulmán. La deriva secular de Europa, más descreída y menos practicante, en coincidencia con el aumento del fundamentalismo en los Estados Unidos, contribuyeron a caldear aún más el ambiente.
Bush adquirió de Ronald Reagan el concepto de “imperio del mal”, remozado con el “eje del mal” como pretexto para derrocar a Saddam Hussein, sunita, en 2003. La partida de las tropas norteamericanas en 2011, por orden de Obama, dejó al país al borde del caos. El gobierno de Nuri al Maliki, chiita, lejos estuvo de integrar a las minorías sunita, la otra rama del islam, y kurda, más interesada en fundar un Estado, el Kurdistán, en ese país, Turquía, Irán, Siria y Armenia, que en la religión. Entre ellos, chiitas, nazarenos y yazidíes (previos a los musulmanes) completa el El el círculo de la venganza, aunque, gracias a Dios, vencer nunca implique convencer.
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