Víctima de sí mismo
No hay peor medicina que la violencia contra un descontento social que crece día tras día más allá de las presuntas conspiraciones que denuncia el presidente venezolano, Nicolás Maduro
La palabra golpista admite en el léxico político venezolano dos acepciones encontradas: la frustrada proeza del difunto Hugo Chávez contra el gobierno democrático de Carlos Andrés Pérez, por la cual estuvo dos años en prisión desde 1992, y la ignominia del dirigente opositor Leopoldo López contra el gobierno de Nicolás Maduro, también democrático, por la cual se entregó a la Guardia Nacional bajo la acusación de haber promovido actos de violencia. Con una diferencia de 22 años entre un hecho y el otro, la palabra golpista selló cual cruz el destino de ambos en un país sumido en la división y el descontento.
En las protestas estudiantiles del 12 de febrero de 2014 para reclamar la liberación de estudiantes detenidos y el respeto a la libertad de expresión vislumbró Maduro un inminente conato de derrocamiento, tildado de fascista. Era el Día de la Juventud en Venezuela, en conmemoración de la Batalla de La Victoria, ganada en 1814 por José Félix Ribas con jóvenes del Seminario y de la Universidad de Caracas. Tres estudiantes perdieron la vida a balazos. El fantasma de 2002, cuando Chávez estuvo fuera del Palacio de Miraflores durante dos días por un golpe de Estado, recobró vida con la retórica usual en estas circunstancias: sentirse víctima de una conspiración.
Maduro denunció un presunto complot urdido por los Estados Unidos y, como se ha hecho costumbre, expulsó a funcionarios consulares de su embajada en Caracas. El Departamento de Estado, como también se ha hecho costumbre, rechazó los cargos sobre su supuesto apoyo a los opositores. Nada ha cambiado. Venezuela y los Estados Unidos no intercambian embajadores desde 2009. ¿Por qué no rompen relaciones? China compra la mayor parte del petróleo venezolano, pero los Estados Unidos son su gran fuente de ingresos porque paga los embarques en efectivo. Eso le permite a Venezuela compensar su déficit.
El crudo venezolano representa apenas un cuatro por ciento del consumo de los Estados Unidos. A su vez, Petróleos de Venezuela (Pdvsa) controla una de las mayores empresas de refinado de crudo y venta de combustible en los Estados Unidos, Citgo. En términos de intercambio, sin embajadores, la realpolitik se impone desde 1999 a las diatribas de Chávez y Maduro y a las réplicas, cuando las hubo, de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. De aprobarse la construcción del oleoducto Keystone XL desde Alberta, Canadá, hasta el Golfo de México, rechazada por organizaciones ecologistas, los Estados Unidos tendrían autosuficiencia energética.
La paranoia de Maduro, como la de otros presidentes latinoamericanos que jamás aceptan errores y siempre se sienten al acecho de conjuras, no guarda relación con su poder real: desde noviembre de 2013, tras la inhabilitación de dos congresistas opositores acusados de corrupción, dispone de poderes especiales concedidos por la Asamblea Nacional para gobernar por decreto durante un año. Un mes después, el oficialismo ganó buena parte de las alcaldías venezolanas. En su papel de víctima, la tendencia es atacar al otro para desprestigiarlo. Lo aprendió de su mentor, un experto en la materia.
López, ex alcalde del rico municipio caraqueño de Chacao, pasó ahora a ser la víctima y, al mismo tiempo, el exponente del ala dura de la oposición venezolana, opacando la actitud dialoguista del ex candidato presidencial Henrique Capriles, con el cual nunca se llevó bien. Mientras tanto, la violencia, con cifras parecidas a las de países inmersos en guerras civiles, y la economía, azotada por sucesivas devaluaciones, pérdida de reservas y escasez de productos de primera necesidad, priman en una agenda más desestabilizadora que un complot. La agenda de un gobierno que, de tanto acusar de golpista al que piensa distinto, es víctima de sí mismo.