Voto, luego debato
Mientras Trump y Biden entablaban su último debate a 12 días de las presidenciales, más de 48 millones de norteamericanos ya habían votado
Dio en el clavo el consultor político norteamericano Alex Conant cuando preguntó: “¿Cómo te preparas para enfrentar a alguien que no se prepara?”. Era el dilema del candidato presidencial demócrata, Joe Biden, ante Donald Trump. En los debates de Estados Unidos previos a las elecciones del 3 de noviembre, Biden retó a un rival que, después de varias temporadas en el programa televisivo The Apprentice y tres años y monedas en la Casa Blanca, no necesitaba entrenarse para torearlo frente a las cámaras en plan de sacarlo de sus casillas. Sobre todo, en el primero de los dos debates. Un bochorno.
El segundo, que iba a ser el tercero de no haberse suspendido por el positivo de Trump en COVID-19, resultó ser más prolijo con los recaudos del caso, pero tuvo un componente extra. La normalidad dentro de la nueva anormalidad. Doce días antes de la fecha clave, más de 48 millones de personas habían votado en forma presencial y por correo, según The United States Elections Project. Una movilización elocuente de la ciudadanía que llevó a la revista Time a llamarse Vote. El cambio de nombre, por primera vez en casi un siglo, refleja dos realidades: la pandemia, con la ilustración de una mujer con un pañuelo como si fuera un barbijo, y la polarización.
El voto anticipado superó al de 2016, cuando Trump derrotó a Hillary Clinton. En 23 de los 50 Estados, los inscriptos se precipitaron a optar por uno o por el otro, según The Washington Post. Lo cual refleja, a su vez, el impacto de los debates. Relativo. Los sigue por televisión uno de cada cinco mayores. Muchos prefieren interactuar en las redes sociales. En 1960 empezaron esos duelos por televisión. John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon reunieron multitudes con ojos de plato frente a las pantallas, como si se tratara del Super Bowl (partido final del campeonato de fútbol americano).
Célebres han sido desde entonces las perlas de sudor en la frente de Nixon frente a Bob Kennedy; el patinazo de Gerald Ford frente a Jimmy Carter por negar el dominio soviético en Europa del Este; la edad avanzada de Ronald Reagan frente a Walter Mondale, y el gesto hosco de George Bush (padre) mientras miraba su reloj de pulsera frente a Bill Clinton y Ross Perot. Célebre, también, ha sido el primer cruce entre Trump y Biden, signado por temperamentos diferentes, uno explosivo, el otro apocado, dejando entrever una confesión del presidente en el siguiente: “No soy un político típico. Por eso fui elegido".
La participación en las elecciones, tradicionalmente baja, no ha superado la cota del 60 por ciento desde el triunfo de Nixon en 1968. En las de 2016 llegó al 55,7 por ciento. Algo así como 136,6 millones de votos. El aumento de los votos anticipados cuatro años después en Texas, California y Florida, Estados decisivos por la cantidad de delegados que aportan al Colegio Electoral en elecciones indirectas, expresa el convencimiento de unos y de los otros. Una división más personal que partidaria o ideológica por la cual, gracias a la moderación de la periodista Kristen Welker, de NBC News, dejaron de ladrar en el segundo y último debate.
A esa misma hora, sobre el final, los Eagles de Filadelfia derrotaron en forma ajustada por 22 a 21 a los Giants de Nueva York, la ciudad de Trump. El partido de fútbol americano tuvo más audiencia que el debate. ¿Prueba de desinterés o de decisión tomada? Escasean los indecisos, a veces confundidos con aquellos que no revelan su voto. En un ambiente crispado, algunos dejaron de plantar el cartel de su candidato en el frente de sus casas. Un clásico. Otra señal de la degradación de uno de los puntales de la política de Estados Unidos, la filiación partidaria al margen del candidato en sí.
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