En la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, Barack Obama bromeó: "Es increíble cómo pasa el tiempo. Pronto se celebrará la primera contienda presidencial y, por mi parte, no puedo esperar a ver a quién escogen los hermanos Koch. Es emocionante. Marco Rubio, Rand Paul, Ted Cruz, Jeb Bush, Scott Walker. ¿Quién conseguirá finalmente esa rosa roja?”. Esa rosa roja, como la llamó con el tono humorístico que requiere la reunión anual en la cual el presidente de los Estados Unidos es el invitado de honor y debe burlarse de sí mismo, se cotiza en oro: mil millones de dólares para la campaña republicana.
Como en otras elecciones, los magnates Charles y David Koch planean crear una red de donantes para apuntalar a un candidato propio en las presidenciales de 2016. Eso obliga a los otros a buscar recursos, incluidos los republicanos no bendecidos por ese aporte. Sube de ese modo el costo de un anhelo personal y político que, en una democracia, debería tener más valor que precio. El dinero no hace la felicidad ni compra los votos, pero tapiza el camino hacia la Casa Blanca. En las presidenciales de 2012, en las cuales resultó reelegido Obama, gastaron 404 millones de dólares los republicanos y 320 millones los demócratas.
En las de 2016 habrá otro récord, como viene ocurriendo desde el siglo XIX. Cada cuatro años se establece una nueva marca. Existen restricciones para las donaciones, pero en los últimos tiempos han sido atenuadas. En 1974, tras el caso Watergate y la consecuente renuncia del presidente Richard Nixon, el Congreso reforzó la Comisión Federal Electoral (FEC). En 2002, los fondos donados a organizaciones que promovían candidaturas se vieron circunscritos a los Comités de Acción Política (PAC), creados en los años cuarenta. Duró poco esa limitación para la financiación privada regulada.
Desde 2010, una ley ratificada por la Corte Suprema permite la financiación ilimitada de las campañas. Dos años antes, en las presidenciales de 2008, Obama y su rival republicano, Mitt Romney, habían rechazado la financiación pública, de modo de obtener fondos de particulares, organizaciones y empresas. Lobistas como el fundador de Elliot Management Corporation, Paul Singer, famoso en Argentina por ser la cara visible de los llamados fondos buitre, vuelcan millones de dólares en campañas políticas, sea para una candidatura presidencial o para el boicot del acuerdo de los Estados Unidos con Irán.
Poco antes de las presidenciales de 2012 me informó Rufus Gifford, director nacional de finanzas de la campaña Obama for America, que el candidato republicano Romney tenía 34 millones de dólares más que los demócratas y que, en una semana, había gastado 57 millones en avisos televisivos “en contra de nosotros”. En el mismo correo electrónico, tras revisar sus registros, me reprochó no haber soltado un dólar. Cierto. Para reparar mi error, Gifford me ofrecía donar cinco dólares mientras Barack y Michelle, identificados con sus nombres de pila, me pedían en otros correos electrónicos que les transfiriera esa cantidad o más. Cuanto más, mejor.
Desde las antípodas, Romney me confesaba: “Amigo, me postulo para presidente porque quiero ayudar a crear un futuro más brillante y recuperar la fuerza de nuestra nación”. Era la introducción para invitarme a un mitin en Florida del senador Marco Rubio, el primero en la historia de origen cubano. Si donaba cinco dólares, procuraba convencerme, podía participar de un sorteo para asistir con alguien más a esa reunión. En otro correo electrónico, el candidato republicano se mostraba “orgulloso” de haber recaudado en un solo mes 43,15 millones de dólares como resultado de 1.011.773 donaciones de menos de 250 dólares.
Recibo estas tentadoras ofertas por inscribirme como presunto voluntario demócrata y republicano cada vez que hay elecciones. De aportarles a los demócratas 10 dólares en lugar de los cinco solicitados, Barack a secas doblaba la apuesta con su generosidad: prometía enviarme sin cargo un fino imán para el coche con el lema “Obama 2012” y hacerme suculentos descuentos sobre pegatinas alusivas a su campaña y vistosas camisetas y delicados brazaletes con inscripciones alegóricas. Era difícil resistir la tentación.
Con la consigna “Make it count” (haz la cuenta), los republicanos me sugerían donar 15, 35, 100, 250, 1.000, 2.500, 5.000 dólares u otro monto, aunque, aclaraban, “por ley, la cantidad máxima con la cual un individuo puede contribuir es de $2.500 para las primarias y $2.500 para las elecciones generales”. Entre los artículos de colección había uno conmovedor: era una ropa de bebé, llamada Romney "R" Baby Onesie, con una primorosa “R”. En coincidencia con el año valía 20,12 dólares. Temo que ahora me ofrezcan uno con la inicial “K”, de los hermanos Koch, y que en Argentina se preste a malentendidos. Forget it!
 
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