Mataron a la gallina de los huevos de oro: al fútbol argentino ya no le cree nadie
Ante las brutales injusticias arbitrales que oscurecieron la jornada del domingo, la respuesta pasó de la ira y el fastidio a la resignación y el alejamiento. Mientras el deporte atrae, lo institucional repele a los hinchas.
Y un día, lo terminaron de romper. Ese negocio que parecía inagotable e interminable, que soportó formatos estrambóticos, ideas absurdas que sólo pensaban en el dinero y hasta un FIFA Gate dijo basta, finalmente cedió. La gallina de los huevos de oro, esa a la cual habían herido y maniatado en reiteradas oportunidades, no aguantó más: al fútbol argentino ya no le cree nadie.
La figura es clara. Una gallina ponedora de huevos de oro permite a cualquiera vivir toda una vida sin pasar penurias económicas. Salvo, que la ambición o la ignorancia lleve a matarla para comerla y, en consecuencia, tirar enseguida todo por la borda.
La fecha dejó imágenes claras: a Atlético Tucumán y Gimnasia no se les permitió alejarse de los grandes que los persiguen. Al Lobo no le dieron un penal grosero de Federico Andueza sobre Franco Soldano al final del juego. Con el Decano los fallos fueron bastante más groseros. En el empate de Luciano Langoni, Sebastián Villa, quien tira el centro parece un paso adelantado. Nadie puede discutir demasiado ese par de centímetros a ojo, pero para eso debería estar el VAR.
Incluso con la herramienta tecnológica muchas imágenes son poco claras y se puede cometer un error milimétrico. El problema se presenta cuando falla o se manipula el método. El trazado de líneas es evidentemente erróneo. Mientras la raya artificial roza el talón de Villa, está claramente distanciada del pie de Manuel Capasso, el jugador de Atlético más cercano a su arquero.
Como si eso fuese poco, llegó el segundo tanto en el que Langoni una vez más definió tras un rebote, luego de una jugada que se inició con un golpe claro de Carlos Zambrano sobre Ramiro Carrera, que hasta sufrió un corte. Pero el peruano no se quedó ahí: cuando su equipo ya ganaba le aplicó un codazo de roja en el área a Ignacio Maestro Puch. Por supuesto, no fue cobrado ni por el juez principal ni por el del VAR.
Al fútbol argentino no le cree nadie, ni los que consideran que algunos jueces tienen demasiado vínculo con el poder de turno, ni los que creen que simplemente un porcentaje muy mayoritario de ellos no tiene capacidad para dirigir. Institucionalmente no se colabora en nada para que no se caiga en estas dos posibilidades. Se justifica públicamente errores que están a la vista de todos y se omite sancionar a quieres se equivocan permanentemente. A algunos inclusive se los premia con partidos relevantes.
Este último es el caso de Fernando Espinoza, arbitro principal del duelo entre Boca y Atlético. Prepotente y maleducado con los más jóvenes, y cabizbajo y temeroso con los de mayor experiencia, combina sus malas decisiones con una conducción altanera y desesperante para hinchas y jugadores. Sin embargo, todas las fechas está en compromisos álgidos.
Jorge Baliño es un caso aparte. De él se duda mucho más, tanto porque sus errores suelen beneficiar a los mejor acomodados con la dirigencia de la AFA, como porque ante groserías pasadas ha sido defendido por su jefe, el Director Nacional de Arbitraje Federico Beligoy. Tómese un segundo, estimado lector, para evaluar que pensaría usted de un compañero de trabajo que va de equivocación en equivocación pero es defendido a capa y espada por su jefe.
Está instalada la idea de que un campeonato liderado por equipos que no son denominados grandes es, por algún motivo, menos rentable. Los fallos arbitrales de la jornada del domingo permiten que los equipos que supuestamente "garpan" como River o Racing, no pierdan terreno, y otros, como Boca, directamente lo ganen.
Más allá de que no hay ningún dato concreto que indique que hablar de un equipo y no de otro genere más desde el punto de vista del negocio, es una verdad instalada en el mundo del fútbol y este tipo de sentencias en un ámbito tan conservador son muy difíciles de desarmar.
El sistema de medios de comunicación que se vincula con el mundo del deporte también deberá hacer una autocrítica respecto de su responsabilidad en esta idea instalada. Muchos han empujado esta sentencia con hechos (al hablar sólo de uno o dos equipos e ignorar a los demás) y otros han tenido el descaro de hasta blanquearlo desde lo discursivo.
Aclarado eso, le propongo que por un segundo acepte la idea de que hablar de Boca y de River rinde económicamente más que tratar temas vinculados a Gimnasia y Atlético Tucumán y que por ende un campeonato protagonizado por los primeros dos también es más rentable en todo sentido. ¿Usted está dispuesto a aceptarlo? ¿Le interesa salir campeón de un campeonato que tiene equipos que no pueden ganarlo y no es por cómo juegan al fútbol? ¿Puede confiar en que su amado equipo no será en algún momento víctima de algo similar por los mismos u otros motivos?
El camino de la ineptitud y el camino de la duda ética llevan al mismo lugar: la desconfianza. Sin credibilidad el show no existe más. Para los hinchas, que ponen en juego su pasión y aceptan que con ella se hace un negocio, se hace imposible seguir como si nada hubiese pasado. Sentarse en una tribuna a ver algo que se definió en otro sitio o se decidirá por la incapacidad de un árbitro ya no es una opción.