"El beso de Singapur" la serie inglesa que ataca el colonialismo británico
El nombre refiere a una práctica sexual utilizada en la región que el protagonista no alcanza a comprender hasta avanzada la serie.
El beso de Singapur es una serie de seis episodios basada en una mítica novela de 1978 escrita por J. G. Farrell, como cierre de su legendaria “Trilogía del Imperio”. Y es llevada a la TV por Christopher Hampton, ganador de dos premios Oscar al Mejor Guion Adaptado por Relaciones peligrosas (1988) y El padre (¡este año!).
La trilogía es una obra maestra sobre el colonialismo británico, con escalas en Irlanda (tierra del autor), India y finalmente Singapur. Aquí, una familia británica, los Blackett, controla una de las empresas comerciales líderes en la Singapur colonial.
El patriarca Walter Blackett (David Morrissey) está interesado en que el joven Matthew Webb (Luke Treadaway), hijo de su socio (interpretado por Charles Dance, de Game of Thrones), se case con su hija. Pero Matthew está interesado en una misteriosa refugiada china llamada Vera Chiang (Elizabeth Tan). Cuando los japoneses invaden Singapur, tanto la pareja como el sistema de privilegio que ostenta la poderosa familia Blackett comienzan a tambalearse seriamente.
Si bien El beso de Singapur generó polémicas por meterse con un tema controversial como el colonialismo desde el punto de vista de una familia británica acomodada, un crítico dio en la tecla con su valoración de la calidad, las ambiciones y, sobre todo, el atrevimiento incorrecto del show: “Esta es la televisión de los domingos por la noche que muchos temíamos que no se atrevieran a hacer nunca más”.
El nombre de la novela refiere a una práctica sexual milenaria. Su historia es ambigua y data de hace más de 3,000 años; la más cercana refiere a una hábil prostituta singapurense, que era capaz de consentir el pene sin más que los músculos de su vagina.
Otros dicen que un grupo de mujeres en la India fueron las que implementaron esta práctica, con la que es posible atrapar y soltar el miembro con magistrales movimientos vaginales.
Los franceses lo llaman Pompoir, los protagonistas de esta práctica son los músculos pubocoxígeos, que estimulan al pene al contraer y relajar.