"El lobo de Wall Street", una aguda radiografía de la ambición
Martin Scorsese ofrece una aguda radiografía de la ambición desenfrenada en El lobo de Wall Street, una comedia alocada que protagoniza Leonardo Di Caprio
El maestro estadounidense Martin Scorsese ofrece una aguda radiografía de la ambición desenfrenada en “El lobo de Wall Street”, una comedia alocada que protagoniza Leonardo DiCaprio y que describe el ascenso y caída de un agente de bolsa de Nueva York, que amasa una fortuna incalculable en base a la estafa y la especulación financiera.
Basada en la novela homónima del financista Jordan Belfort, “El lobo de Wall Street” llegará el jueves a los cines locales con una poderosa reflexión sobre la engañosa fantasía del famoso “sueño americano”, que parece no ser tal, ya que sólo es accesible -tal como queda claro en este filme- para algunos pocos ambiciosos tramposos y desvergonzados.
La película es una nueva confirmación de la fructífera colaboración entre Scorsese y DiCaprio, su nuevo actor fetiche que -tal como pasó con Robert De Niro en filmes como “Taxi Driver”, “Toro salvaje” o “Casino”- posee una relación fluida y casi simbiótica con el director que le otorga fuerza y verosimilitud dramática a cada historia.
En tono de comedia desenfrenada, narrada en primera persona por el personaje interpretado por DiCaprio, la película sigue los pasos de Belfort desde su llegada a Nueva York, cuando aún era un joven provinciano ilusionado por insertarse en Wall Street, hasta que se convierte en un magnate de las finanzas, tan exitoso como corrupto y codicioso.
En base a una historia de tinte autobiográfica, Scorsese construye con destreza una comedia dinámica, de estructura clásica y humor delirante, cuya efectividad se basa en los excesos a los que Belfort y sus secuaces -una banda de charlatanes y buscavidas que lo siguen como a un profeta- se entregan gracias a las cuantiosas cantidades de dólares que ganan en sus operaciones.
Al principio, Belfort es entrenado en el negocio de la mentira y el engaño por otros “brokers” (intermediarios que cobran una comisión de la operación financiera que ayudan a concretar entre empresas y accionistas), pero a causa de una grave crisis internacional queda en la calle y, sin trabajo, se propone construir su propia agencia, “Stratton Oakmont”.
Ese es el comienzo de una vertiginosa carrera como corredor de bolsa que lo convertirá en multimillonario y le dará la fama de “lobo” del mercado financiero estadounidense, gracias a un sencillo método de trabajo: vender a sus clientes la ilusión de una ganancia fácil que nunca llega y quedarse con enormes dividendos.
Belfort y su séquito de sinvergüenzas fomentan la fantasía de los incautos, a los que venden telefónicamente acciones de empresas de dudoso presente y escaso futuro, manipulando sus precios en el mercado para que sus clientes inviertan indefinidamente y se “enriquezcan” en los papeles, mientras los únicos beneficiados son ellos, que cobran en efectivo comisiones millonarias.
Scorsese construye con destreza una comedia dinámica, de estructura clásica y humor delirante, cuya efectividad se basa en los excesos a los que Belfort y sus secuaces
Iniciativa de Di Caprio, que consiguió la financiación y le llevó el proyecto a Scorsese, con quien ya había filmado “Pandillas de Nueva York”, “El aviador”, “La isla siniestra” y “Los infiltrados”, la película aporta una mirada lúcida sobre el mercado financiero, la falta de regulación de las operaciones y la consecuente especulación que enriquece a unos pocos a costa de la pobreza de millones en todo el mundo.
Líder carismático, mentiroso y embaucador, Belfort logra que sus empleados lo sigan ciegamente, como fanáticos religiosos a un pastor, y así crea un verdadero imperio especulativo, que si bien lo lleva a vivir en la cresta de la ola, en un paraíso de impunidad y placeres ilimitados, también será, de manera paradójica, el motivo de su fracaso.
Y es que la obscena ostentación de sus excesos con el dinero, las drogas, las mujeres y las fiestas, la compra desmedida de bienes suntuosos, el despilfarro y la búsqueda permanente del placer, llaman inevitablemente la atención de un detective del FBI, que lo tiene entre ceja y ceja y hace todo lo posible para bajarlo de un hondazo.
Scorsese convierte este viaje alucinógeno y disparatado en una montaña rusa donde el espectador comparte las subidas y bajadas del protagonista: una de las mejores escenas lo encuentra pasado de drogas, en estado de semi parálisis, arrastrándose y balbuceando frases inentendibles mientras salva a uno de sus socios de morir atragantado por un pedazo de jamón.
Pero más allá del tono de comedia, la autobiografía de Belfort llevada al cine por Scorsese revela un estilo de vida propio del neoliberalismo que reina en la sociedad estadounidense, cuyos principales objetivos son el hedonismo, la autosatisfacción personal, el consumismo, la codicia, la especulación, el éxito y la fortuna desmedidos.