Por Martín Leopoldo Díaz

La función del violinista ruso Maxim Vengerov y el pianista Roustem Saitkoulov, quedará en la historia del Teatro Colón y en la memoria de los asistentes.

El eximio Vengerov es dueño de un sonido particular y profundo, a lo que suma su técnica extraordinaria, que lo transforma en un artista cabal. De entrada deslumbró en la Partita para Violín Solo No. 2 en Re menor de Johann Sebastian Bach. Cada uno de los movimientos fueron interpretados con sencillez y entrega, logrando una amplitud en el sonido que se expandió a todo el teatro y conmovió notablemente.

En la Sonata en La mayor Op 162, de Franz Schubert, obra que permaneció durante un tiempo desconocida, Vengerov contó con el acompañamiento en piano de su coterráneo Saitkoulov. Dúctil y seguro, el pianista estuvo a la altura de las circunstancias y Vengerov extrajo de su violín sonidos inimaginables que trascendieron y llegaron al alma. Este fue el preámbulo para la excelente segunda parte donde, de forma extraordinaria y brillante, ambos ofrecieron una versión memorable de la Sonata Kreutzer de Ludwig van Beethoven. Con gran belleza melódica, aún los pasajes más difíciles parecían sencillos y posibles para Vengerov, anteponiendo siempre la música a la técnica.

En la exposición que tuvo lugar el último viernes, Saitkoulov brilló con luz propia e impulsado por Vengerov logró momentos sublimes. Los bises conformaron casi otro glorioso concierto: Danzas de Brahms, Tarantella de Wieniawski y una versión emocionante de la célebre Meditación, de la ópera Thais, de Jules Massenet. Fue una fiesta para los oídos y el alma. Fue un encuentro con un verdadero artista, que siempre será bienvenido.