El convoy de la libertad
El movimiento de los camioneros de Canadá en supuesta defensa de la libertad abrió sucursales en Europa y Oceanía.
Así como la ultraizquierda y sus versiones descafeinadas se apropiaron de la expresión derechos humanos como si las revoluciones de ese signo los hubieran respetado, la ultraderecha se florea con una palabra clave: libertad. En los Países Bajos, el Partido por la Libertad tiene un fuerte sesgo xenófobo, al igual que en Estados Unidos el minoritario Partido Estadounidense de la Libertad, sucursal de la supremacía blanca emparentada con Donald Trump y los muchachos trumpistas. El nuevo hit, Freedom Convoy 2022, no sólo representa un movimiento de camioneros que se resisten a vacunarse contra el coronavirus.
El convoy de la libertad, replicado en Francia, Alemania, Finlandia, Bélgica, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda., enarbola una protesta mancomunada contra la llamada dictadura sanitaria. ¿El precio en Canadá? La cabeza del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, tildado por Trump de “lunático de la extrema izquierda”. ¿El costo? Las demoras de varias horas ponen el riesgo el suministro de productos frescos, ganado, repuestos de vehículos y otros bienes en Estados Unidos. ¿La ganancia? Los organizadores recaudan fortunas en plataformas de crowdfunding.
El bloqueo de Ottawa y de los principales cruces hacia Estados Unidos alentó en Francia a los chalecos amarillos, enfrentados desde 2018 con el gobierno de Emmanuel Macron con la anuencia de líderes de ultraderecha como Éric Zemmour y Marine Le Pen. Todo sea por sitiar París y otras ciudades, al igual que la capital de Canadá, donde muchos monumentos fueron vandalizados, y aguarle la campaña por la reelección a Macron con las consignas de rechazar las vacunas y defender la libertad. Palabra manoseada como pocas que refiere, en el léxico político, la resistencia frente a una tiranía. La de Macron.
Trump se regodea con la pandemia del malhumor mientras, fiel a su estilo, reivindica el idioma del resentimiento utilizado por los suyos, supremacistas blancos y miembros de milicias, el 6 de enero de 2021, durante el asalto al Capitolio para impedir la certificación de la victoria de Joe Biden en las elecciones. Una grieta en el edificio del excepcionalismo norteamericano. David Remnick, editor de la revista The New Yorker, se pregunta: “¿Se avecina una guerra civil?”. La democracia naufraga entre la autocracia y su término medio, la anocracia (mezcla incoherente de rasgos y prácticas autoritarias y democráticas), frente a la disyuntiva pandémica: ¿libertad individual o compromiso colectivo?
El convoy de la libertad, con casi 400.000 seguidores en Facebook y en otras redes sociales, regocija a los republicanos cercanos al decálogo de Trump en Estados Unidos, donde las elecciones de medio término están a la vuelta de la esquina. La radicalización del movimiento contra las vacunas encuentra cauce en la política con el argumento de la usurpación de esa palabra clave, libertad, frente a los confinamientos compulsivos y otras medidas antipáticas.
Las protestas contra Trudeau poco y nada se diferencian de las caravanas a favor de las denuncias de fraude de Trump después de las presidenciales de 2020 o de las agresiones recibidas en Londres por Keir Starmer, líder del opositor Partido Laborista. Lo acusaron de traidor, término frecuente entre los dirigentes de ultraderecha, mientras el primer ministro, Boris Johnson, continúa zafando de las acusaciones por haber organizado reuniones sociales en Downing Street entre 2020 y 2021 a pesar de las restricciones para la población.
El partygate no merece la condena del convoy de la libertad. Trump, “el flautista mundial de las masas desenmascaradas”, como lo pinta Anthony Faiola en The Washington Post, capitaliza no sólo al rebaño de la ultraderecha, sino también los de artistas y activistas de derechos humanos “que comparten un cierto tipo de individualismo sin culpas”. La teoría de la conspiración frente al avasallamiento gubernamental llevó a un hombre del Estado australiano de Victoria a amenazar con el uso de armas ante los mandatos de las vacunas. Casualmente, donde fue deportado el tenista Novak Djokovic por haber estado flojo de papeles y de dosis.
Jorge Elías
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