El nacionalismo goza de buena salud
La controvertida visita a Taiwán de Nancy Pelosi levantó ampollas en China en medio de una guerra, la de Ucrania, y otros conflictos que recrean el nacionalismo.
A velocidad de vértigo, el catalejo del mundo viró de la guerra en Ucrania a la convulsión en China. Más precisamente en Taiwán, donde las maniobras militares con el lanzamiento de misiles ordenadas por el presidente chino, Xi Jinping, después de la controvertida visita a la isla de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, crea zozobra por la posibilidad de una respuesta de la Séptima Flota norteamericana, encabezada por el portaaviones USS Ronald Reagan, mientras realiza operaciones de rutina en el mar de Filipinas.
El nacionalismo, causante de las peores tragedias del siglo XX, goza de buena salud, Y existe un peligro. Que se arme la de San Quintín, nombre que responde a la guerra entre las coronas francesa y española en 1557. No está fuera del radar de Estados Unidos y de China en medio de la otra guerra. La de Ucrania, que involucra a Rusia, aupado por China, y a Estados Unidos, espada del gobierno de Volodymyr Zelensky dentro de la OTAN. China actúa a veces en silencio. Por omisión, no por acción, no proveyó drones a Rusia, el arma que más necesita, a pesar de ser uno de los mejores fabricantes, mientras Occidente nutre el arsenal de Ucrania.
La amenaza de Xi a su par norteamericano, Joe Biden, de no jugar con fuego en Taiwán, cobra vuelo. Taiwán es un país independiente sin reconocimiento internacional que Xi sueña con anexar a tres meses del XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China, en el cual reafirmará un tercer mandato. La escala de 19 horas de Pelosi en Taiwán durante su gira por la región de Asia-Pacífico reavivó el nacionalismo, como en Ucrania por la invasión rusa y viceversa y en Serbia por las brasas aún ardientes de la guerra de 1999 contra Kosovo que derivó en la desintegración de Yugoslavia. Las trabas para los ciudadanos de ambos países para cruzar las fronteras desembocaron en disparos y acusaciones.
Si Kosovo es esencial para explicar la historia serbia desde la batalla de 1389 y Kiev, la capital de Ucrania, encarna a la madre de todas las ciudades rusas, Taiwán viene a ser la provincia rebelde de China después de la derrota de las tropas del gobierno de Chiang Kai-shek propinada por las fuerzas comunistas lideradas por Mao Zedong en 1949. La reivindicación de un territorio que China considera propio no acepta terceros en discordia. Menos aún, la virtual intromisión de su principal rival: Estados Unidos. Una disputa inflada por Donald Trump que Biden no dudó en acentuar a pesar de las diferencias ideológicas con su antecesor.
Otra expresión de nacionalismo entre potencias que, al igual que Rusia, juegan con algo más que fuego. Juegan con el poder nuclear. Una intimidación de Vladimir Putin desde que sus tropas pusieron el pie en Ucrania, el 24 de febrero. La visita a Taiwán de Pelosi, demócrata comprometida con la defensa de la democracia y los derechos humanos desde que desplegó una pancarta en la Plaza de Tiananmen, en Pekín, dos años después de la masacre de 1989, resultó ser la primera de ese rango, el tercero en la línea de sucesión de Estados Unidos, desde la realizada por Newt Gingrich, republicano, en 1997.
Durante los dos años anteriores, China realizó ejercicios militares con armas reales. Fue la Tercera Crisis del Estrecho de Taiwán. Un calco de la situación actual. La preeminencia en Taiwán del Partido Progresista Democrático, inspirado en la independencia, echa por tierra la consigna de “una sola China”. Trump le transfirió sistemas avanzados de armas. Biden se mostró dispuesto a intervenir si China osaba atacar a la isla, fantasma reavivado por la guerra en Ucrania. Nada es casual: Taiwán sería el cuarto receptor de ayuda militar norteamericana, después de Israel, Ucrania y Egipto, si prospera un borrador que circula en el Senado de Estados Unidos.
Jorge Elías
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