Pasearse por la costa en un año electoral tiene olor a naftalina. La cantidad de votantes que pueden inclinar su decisión por haber visto al candidato deambulando por la playa o  por haberse tomado una foto con el/ella, donde todos sabemos que finge su sonrisa y preferiría eatar en otro lado, es nula. Nadie vota por eso.

¿Alguien cree realmente, que estas personas asisten a la playa Bristol o que clavan su sombrilla en el sector público de la arena de Villa Gesell? No. Vacacionan en la Polinesia o la Costa Azul y van a allí a aparentar lo que todos sabemos (incluso los que le piden una foto) que no son.

Si los candidatos hacen además demostraciones de alguna destreza deportiva que no poseen, pasan además al terreno de la hilaridad. Los organizadores de las campañas electorales, están mostrando muy poca imaginación, y los candidatos, metodologías perimidas mas o menos para cuando se extiguió el pterodáctilo.

Las redes sociales, otrora un instrumento eficaz para difundir mensajes, multiplicar sensaciones, distribuir propuestas de impacto, hoy son banalizadas con una masividad absoluta de irrelevancias, lo que genera que los usuarios/electores empiecen a prestar cada vez menos atención al mensaje porque, si entre diez cosas aburridas, aparece una interesante, obviamente se pierde.

Esto no quiere decir que ciertos aspectos de la campaña tradicional no puedan seguir usándose y por cierto, que las redes sociales no tengan una influencia colosal en la comunicación política actual y en un año electoral. Simplemente se resalta que su uso abusivo y su mal uso, les quita peso comunicacional y resta la atención del objetivo.

Es cierto que escuchar propuestas sesudas y elaboradas no es el signo del votante de estos días, pero tampoco la vacuedad absoluta de mensaje propositivo es un señal bien interpretada. Claro que es importante parecer buena persona, con sonrisa amplia y sensibilidad social, pero empieza a ser necesario mechar alguna idea general de que piensan hacer con la vida de todos nosotros, de forma imaginativa, buscando que lo que se diga esté enmarcado en un contexto que llame la atención, pero con un cierto mensaje.

Hoy, en plena campaña, aunque el código electoral no lo permita, la política está miserable y aburrida. Los temas que se debaten no le importan a nadie o no están bien explicados. La política juega un cinchada ridícula y la comunicación no encuentra la forma de hacerle llegar a la gente, porque estas personas quieren gobernarlos.