Tras varias horas de marcha por una huella de ripio y barro, entre abismos y trepadas infinitas, un verde imprevisto nos sorprende.

Llegamos al paraje llamado Estancia Los Manantiales. Un oasis de pasturas que a los 3.000 metros de altura sirve de trasbordo para los expedicionarios.

En pocos minutos habrá que descargar nuestros bultos de las camionetas, aceptar un breve refrigerio preparado por los gendarmes, que nos esperaban, y montar en las mulas que hasta ese momento se concentraban en un banquete de hierbas frescas y agua.

El mismísimo San Martín eligió este lugar para que sus soldados y cabalgaduras recobraran las fuerzas que les permitieran emprender el fatigoso tramo del viaje que les esperaba a través de las más altas cumbres.

Hace 194 años unos 5.000 hombres, 10.600 mulas y 1.200 caballos pasaron por aquí.

Hoy miércoles 9 de febrero de 2011, un grupo de periodistas, funcionarios e invitados, montados sobre mulas comenzamos a recorrer esa misma huella.

Los objetivos de cada quien, se me ocurren tan disímiles como íntimos. Homenajear al prócer y a sus hombres, tomar dimensión de la gesta, superar un desafío personal, testimoniar la expedición, fascinarse con los paisajes, atesorar cientos de fotografías, conmoverse con la dimensión de la naturaleza. Vaya a saber cada uno que razón lo impulsa en su marcha. Vaya a saber uno, con que experiencias volveremos a pasar por aquí, en el camino de vuelta, dentro de 6 días. Parecidos. Distintos

De a una, las mulas comienzan a ponerse en marcha. Parecen entrar a su antojo en ese sendero único, estrecho, de unos cuarenta centímetros de ancho, que a lo largo de los próximos días vamos a recorrer.

Tras los pasos de San Martín