Editorial: De como el poder no está en los cargos
El ministro de Economía con aval del presidente, quisieron despedir a un secretario de Estado. Pero el señor no se fue, porque tiene el respaldo del poder real. Por Horacio Minotti
Infinidad de veces asistimos al “síndrome inflacionario del cargo”, una suerte de patología poco conveniente que sufren muchísimas personas, por solo haber sido nombrados en determinado cargo, sea este relevante o no en términos públicos, si lo es para el designado, basta para que su ego se inflame a niveles estratosféricos.
Pero el poder no está en el cargo. Suelen descubrirlo tarde. Cuando alguien al que suponen menos relevante les tuerce el brazo, empiezan a sospecharlo, y poco después lo sufren, se decepcionan y caen de su altanería jactanciosa y ridícula cuando ya han labrado tantos enemigos que su futuro está comprometido.
El mejor de los ejemplos ocurrió ayer, cuando el ministro de Economía Martín Guzmán, avalado por el presidente Alberto Fernández, y con la colaboración del jefe de gabinete Santiago Cafiero, decidieron despedir al Secretario de Energía, Federico Basualdo. En definitiva, subalterno de ambos, con derecho legal a prescindir de él a piacere, pero claro, el poder no está en los cargos, el poder es una construcción entre fáctica y psicológica relacionada con factores diversos.
El poder lo tiene, el que “puede” llevar a cabo determinada cuestión, la que sea, no el que tiene un cargo por el cual “debería poder”, pero aun así, no puede. La construcción de la alianza de gobierno es un buen ejemplo, pero lejos esta de ser el único, ocurre que en ella se exacerban las diferencias entre los que tienen un cargo y los que realmente pueden hacer las cosas, es casi un fenómeno sin igual que pone a claras vistas, lo ocurre siempre.
“Si tenés tal problema, no te preocupes, yo conozco al ministro”, es una frase que suele escucharse en algunos ámbitos. ¿Podrá el ministro? ¿Tendrá el poder? No depende de que sea o no ministro, el poder radica en otras cosas, puede tenerlo un ministro o alguien de mas abajo en la raviolada de una estructura burocrática, o alguien externo a ella.
El poder es en realidad una construcción basada en cuatro pilares: la capacidad fáctica de hacer cumplir las decisiones, la legitimidad, los apoyos externos a la estructura en la que el poder se detenta, la personalidad de quien lo ejerce. Existen claro, elementos adicionales, pero la base del poder es una construcción de esos cuatro factores.
Si mi superior jerárquico en una estructura me da una indicación que yo desafío (sea abiertamente o como ha dicho alguna vez un funcionario “haciéndome el boludo") y además estoy en capacidad de generar daño a ese superior, de modo que en el futuro se abstenga de darme indicaciones que no deseo cumplir, el poder lo tengo yo.
La construcción de poder tiene particularidades de acuerdo ámbito donde poder se construye, pero también concentra principios genéricos en los cuales, el cargo, puede ser uno de los instrumentos en el mejor de los casos, y a veces, ni siquiera.