La política de los centennials
Los jóvenes de entre 16 y 24 años, más identificados con las redes sociales que con los medios tradicionales, no encuentran hueco en la política tradicional.
Que no les incumba la política ni se identifiquen con los políticos no significa que vivan en la Nube de Oort. Los centennials, franja de entre 16 y 24 años de edad, están más preocupados por cuestiones concretas como el cambio climático o los derechos de los animales que por las roscas del poder o el canto de sirena de las campañas. Apoyan la democracia, pero se sienten insatisfechos. No están solos. Zigzaguean entonces entre la apatía (escepticismo sobre las instituciones y baja participación e interés en la política) y la antipatía (apoyo activo a movimientos liberales hostiles a las instituciones pluralistas).
Esa tendencia creció en los últimos años merced al surgimiento de una ola populista global de expresiones de izquierda y de derecha, según el informe Juventudes y Democracia en América Latina, de la organización filantrópica Luminate. Continúa en ascenso en Argentina, Brasil, Colombia y México. La apatía pasa a ser antipatía en sociedades en las cuales prima la exclusión social como sistema. Más en varones que en mujeres. El remedio: transmitirles el aporte de los valores de la democracia liberal a lo largo del tiempo y recordar la historia de los totalitarismos.
El desencanto, la frustración y, eventualmente, la aversión a la política no tiene edad ni respeta fronteras. Los centennials, miembros de la Generación Z, ven a los políticos como cínicos, interesados en sí mismos y poco confiables. Sus inquietudes pasan por asuntos coyunturales y, en ocasiones, locales. No se trata de una generación apolítica o apática, sino escéptica y, aunque parezca contradictorio, comprometida. La desconexión con la política formal se debe a la falta de representación en los partidos, últimamente diluidos en coaliciones, así como en los sindicatos y en la función pública.
La aparente pasividad de los centennials no sólo guarda relación con la crisis de confianza en las élites y en los partidos, sino también con el impacto de su participación en la política. Nula. Creen que es imposible el cambio social de abajo hacia arriba. Las autocracias le achacan a la democracia la responsabilidad de la desigualdad, pero, al mismo tiempo, profundizan la brecha para preservarse. Si en Polonia no creen que puedan alterar las cosas, en Croacia no andan con rodeos cuando tildan a los políticos de corruptos, aburridos, incomprensibles y distantes de las preocupaciones cotidianas.
¿Sólo en Polonia y en Croacia? La Primavera Árabe, en 2011, mostró en forma simultánea el aprecio por la democracia y el bajo de compromiso cívico de los jóvenes. En Egipto terminaron tres décadas de dictadura de Hosni Mubarak. Hubo elecciones. Ganó un partido radical sunita en un país musulmán con mayoría chiita. El presidente, Mohamed Morsi, enrolado en los Hermanos Musulmanes, fue derrocado en 2013 por el general retirado Abdel Fatah al Sisi, un calco del faraón Mubarak.
No es el caso de América latina. En Chile votaban más los mayores que los jóvenes, promotores de las protestas estudiantiles de 2006 y 2011 y del estallido social de 2019. Al menos, hasta la elección de Gabriel Boric. Un sistema considerado cerrado, distante y corrupto no necesariamente espanta a los centennials. Los habilita para confesar en Argentina que canalizan el antiperonismo o antikirchnerismo por medio de nuevas expresiones políticas; que se informan con herramientas de socialización como Instagram y WhatsApp, y que prefieren compartir contenidos digitales antes de zambullirse en diálogos de sordos en las redes.
En esa jungla cobra relieve el influencer, persona con gran cantidad de seguidores que puede ser experto en una materia, opinólogo todoterreno, emprendedor de causas solidarias o, en Brasil en especial, modelo del mundo religioso o cantante de góspel. Pocos políticos tomaron nota de ese fenómeno. El influencer se permite un discurso incorrecto, a veces agresivo, que puede reunir más voluntades que aquellos que se presumen atinados. Ni radio ni televisión, excepto para ver series y películas. La información política proviene de las redes, no de los títulos de los diarios. En Colombia ganaron terreno los medios alternativos.
¿Qué comparten en las redes los centennials? En general, aquello que coincide con su visión ideológica y, en lo posible, contenidos que tengan algún toque de humor al estilo TikTok. La polarización impide respetar una posición diferente, por más que muchos hayan caído en la trampa de las fake news (noticias falsas) o de las informaciones sesgadas. En caso de duda, Google sale al rescate como si fuera la última palabra. La idea de corrupción, asociada con la apropiación de fondos públicos, el tráfico de influencias o el manejo del poder para intereses personales, sobrevuela en cada click político.
Vulnerabilidad e incertidumbre en un contexto económico complejo marcan el futuro de los centennials. Unos 28 millones de personas no encuentran trabajo en América Latina y el Caribe, dice la ONU. Entre ellos, los “jóvenes desalentados”. En 2025 representarán el 30 por ciento de la fuerza laboral. En Argentina, Brasil, Colombia, México y otras latitudes desconfían del Estado (encarnado en el gobierno de turno), los legisladores (muchos no recuerdan sus nombres), los jueces y la policía (sinónimo de violencia institucional y racismo). La polarización, observan, beneficia a los políticos y distrae a la población. Sin límite de edad.
Jorge Elías
Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin | @el_interin
Instagram: @JorgeEliasInter | @el_interin