Reseña de “Lugares oscuros”: la perversión de la familiaridad
Una novela de suspenso, en la que los lazos de sangre se retuercen ante la crueldad humana. Es la segunda obra de Gillian Flynn, autora de Perdida. Por Daniela Minotti.
“Lugares oscuros” (Editorial Shaye Areheart Books, 2009) presenta a la protagonista Libby Day: una mujer que, marcada por la masacre de su familia, intenta sobrevivir mediante la comercialización de esa tragedia. Ya de por sí, la propuesta desprende un encanto macabro y prometedor, que guarda cuestionamientos sobre la memoria y la ilusión de la familiaridad.
La autora nos sitúa en Kinnakee, Kansas, una ciudad rural ficticia donde viven granjeros con sus campos de trigo y familias humildes que sobreviven de su siembra. Allí se conoce a los Day, con la madre Patty, el hijo mayor Ben y las hijas Michelle, Debby y Libby.
Una madrugada de 1985, el joven de 15 años mata a toda su familia, excepto a Libby, quien, con siete años, se escapa, testifica contra su hermano para que quede preso, escribe un libro sobre lo sucedido y vive de las donaciones de seguidores anónimos que le tienen pena por lo ocurrido.
Sobrevive de esa forma por 24 años hasta que el dinero escasea. Entonces conoce a Lyle Wirth, un joven fanático de los misterios que la invita a un club de investigadores aficionados, quienes creen en la inocencia de Ben. De esos encuentros se descubren secretos, como la venta de drogas, ritos satánicos y violencia escondida. Sobre todo, Libby empieza a poner en cuestión los hechos de esa madrugada.
Así, la pregunta se instala: ¿Quién mató a los Day? Y a medida que desentierran pistas, también despiertan recuerdos reprimidos en la mente de Libby. En esa búsqueda de la verdad se introduce la temática de los recuerdos, y la fiabilidad de estos.
De la autenticidad de lo vivido y las escenas fabricadas por los rumores y la imaginación. De cómo la memoria se tiñe por nuestro foco, lo que nos decimos y dicen otros, los temores y los deseos. Lo destacable es la manera en la que la autora ayuda a salir de ese enredo con la narración.
La historia la cuenta Libby en primera persona, pero a su voz se suma la de Ben y la de Patty, quienes relatan los eventos ocurridos desde el 2 de enero de 1985 hasta el día del crimen. La multitud de puntos de vista intercalados con saltos del pasado al presente asiste no solo a llenar huecos y revelar subtramas de personajes como el padre Runner Day, la tía Dianne, la niña Krissi Cates o la novia de Ben llamada Diondra Wertzner, sino que regala un ritmo fluido a la obra.
Es esta estructura de la novela lo que permite conocer en profundidad a los personajes y exponer sus claroscuros, que es otro de los atractivos de la historia. Está la protagonista que, por ejemplo, es manipuladora, antisocial, egoísta, cleptómana y débil; y su hermano, que es extraño, maleable y con una violencia latente. Son personajes antipáticos, con sentimientos retorcidos reflejados en el manejo del lenguaje, que es crudo, cortante y que va al punto.
Cualquiera pensaría que personalidades con tantas fallas alejaría a los lectores, pero es la honestidad de cómo son y el crecimiento que hacen para defender lo que les importa lo que consolida un arco cautivador. Se trata de un desarrollo interno y también externo entre ellos. Los lazos familiares se perturban entre mentiras y secretos, lo cual pone en duda la idea de la familiaridad y expone, como dice el título, lugares oscuros.