Hoy es el Día de la Seguridad Vial. Es un buen día para pedirle mayor seguridad y mejores rutas al estado. Pero también para mirarnos a nosotros mismos porque gran parte de los siniestros viales tienen que ver con la imprudencia o directamente la actitud suicida de nosotros mismos. En esta verdadera masacre evitable la responsabilidad no es del imperialismo ni de las corporaciones ni del gobierno de turno. En muchísimos casos, la culpa es absolutamente nuestra. No podemos acusar a nadie. No podemos señalar a nadie. Tenemos que hacernos cargo y ver de qué manera cambiamos nuestros hábitos y nuestra cultura.

Se trata de salvar vidas empezando por la nuestra. ¿Le parece poco? ¿Hay un correlato entre una dirigencia que todo el tiempo está violando las reglas y las normas y la manera en que nos comportamos los ciudadanos en la calle? No me cabe duda. Si tenemos una de las tasas mas altas del mundo en accidentes de tránsito es porque algo ponemos de nosotros mismos. No es una tormenta que cae del cielo. Uno se conduce por la vida de manera bastante parecida a como conduce una automóvil. El auto, el camión, una moto, son armas que muchas veces manipulamos peligrosamente. Hay miles de víctimas que son asesinadas por la negligencia de la sociedad.

Las cifras de esas muertes son de terror. Son crímenes cotidianos que se cuentan por miles y que no los tenemos en cuenta. Genocidios por irresponsabilidad. Siniestros en el mas amplio sentido de la palabra. Luto multiplicado en las calles. Y la cantidad de esas muertes son muy superiores a la de otros países.
 
Algo nos pasa. Algo tenemos que corregir. El espejo tiene algunas respuestas. Pasar semáforos en rojo a mil por hora, manejar borrachos o drogados o sin descansar lo suficiente, o hablar por celular. Hay muchas barbaridades que hacemos y que podemos solucionar. Con la ayuda y el control del estado, por supuesto.

Con todo el peso de la ley sobre los que no respetan las normas de tránsito ni a sus semejantes. Pero con la convicción de que necesitamos un cambio cultural que surja de abajo hacia arriba y de adentro de nuestros corazones hacia el resto de la sociedad. Si no seguiremos metidos en esta especie de guerra sobre ruedas de todos contra todos donde uno nunca sabe en que esquina le va a aparecer el enemigo motorizado. Hay que tomar conciencia. Hay que ser autocrítico. Hay que ser solidario aunque sea en defensa propia. Porque uno nunca sabe si sus hijos, sus padres, sus amigos pueden ser víctimas de estos crímenes callejeros sobre ruedas.

Si mejoramos como conductores vamos a mejorar como seres humanos. Porque parece que arriba de un coche, o una moto, o un colectivo nos transformamos en demonios. Sacamos lo peor de nosotros, nuestra peor cara. Somos conductores arrogantes, egoístas, agresivos, ventajeros, provocadores e irresponsables. Es la cara oscura de la picardía criolla. Somos tan vivos que contamos los muertos por miles. Estacionamos en doble y en triple fila, total el que está atrás que se joda. La luz amarilla indica que hay que acelerar a fondo para pasar. Si alguien te dice algo hay que reputearlo por las dudas. Y todo asi, las señales de tránsito si están es como si no estuvieran. No las queremos ver. Pobrecito el peatón que quiere cruzar.

Es un blanco móvil. Bocinazos, luces, y gritos, correte, papa, apurate, que no tengo todo el día. Dale, dale, dejáme pasar que te paso por encima con la bicicleta y todo. Diálogos tiernos de la vida nacional. No al cinturón de seguridad, ni a la velocidad máxima, no miramos el espejo retrovisor, los chicos viajan adelante, todo lo prohibido parece estar permitido en el auto de un argentino medio. Es la ley de la selva, la selva de cemento, la ley del más fuerte. La irracionalidad al volante.
 
¿O no escuchó que en muchos lugares hay energúmenos que corren picadas en las calles? ¿O que usan a las avenidas como autódromos? ¿Hasta cuando vamos a permitir tanta gente muerta en las calles? Encima, la mayoría son jóvenes. Los accidentes de tránsito son la principal causa de muerte entre los mejores de 35 años. ¿Se da cuenta? Un lugar común que se hizo dicho popular recomienda perder un minuto en la vida y no la vida en un minuto. ¿O es que la vida no vale nada? Nos creemos inmortales y somos inmorales. Así nos va.