Es una advertencia. En el fútbol y en la política la tarjeta amarilla es un llamado de atención pero simultáneamente una ratificación de la confianza. Dice así: tenga más cuidado con cometer errores graves pero siga jugando. El árbitro, en este caso los votantes santafesinos, no quisieron expulsar de la cancha a Hermes Binner. Le ratificaron la confianza al proyecto del Frente Progresista para que siga gobernando por cuatro años más.

Para que siga una gestión con fama de transparencia pero que no llegó a la altura de la eficacia de Rosario donde hace dos décadas se vienen luciendo los socialistas y sus aliados. Creo que esta es la lectura más equilibrada y ecuánime que se puede hacer. El respaldo de 675 mil sufragios para Antonio Bonfatti jamás puede ser interpretado como un fracaso.
 
Solo la fantasía que manipula en forma arbitraria los datos de Amado Boudou puede decir que el gran perdedor de la elección fue Binner porque su coalición cedió el 10 % de los votos. O Juan Manuel Abal Medina que miró con un solo ojo y dijo que el único voto castigo fue contra los socialistas. Pero los 612 mil votos que recibió Miguel del Sel hablan de que hay demasiados santafesinos que no están totalmente satisfechos con el actual gobernador.

Que mucha gente considera que la administración pudo y puede ser más contundente y menos burocrática. Más ágil y menos vueltera. Y que la postura de Binner, tal como es su personalidad, se pudo haber plantado con más firmeza todavía frente al gobierno nacional en varios temas. Jamás se arrodilló, es verdad.

Pero tal vez le faltó mas enjundia en la defensa del campo cuando fue atacado y en la exigencia de los 8 mil millones de pesos que el gobierno de Cristina le debe a Santa Fe. Por algo Bonfatti deberá gobernar sin mayoría en ambas cámaras. Por algo María Eugenia Bielsa sacó la friolera de 580 mil votos y solo fue superada por Bonfatti y Del Sel. El dirigente que mejor elección hizo después de ella en toda la provincia fue el que tuvo el análisis mas preciso. Miguel Lifschitz, el actual intendente de Rosario dijo que “el voto de Miguel Del Sel obliga a una autocrítica del socialismo santafesino porque expresó una insatisfacción tanto con el gobierno nacional como con el gobierno provincial”.
 
Clarito y valiente fue Lifschitz que tiene toda la autoridad moral y política porque superó el 56% de los votos y se convirtió en senador provincial. Fue el gran motor que posibilitó el triunfo de Bonfatti. Pregunta al paso sin ánimo de meter púa: ¿no era el candidato natural a suceder a Binner? Esa ratificación del rumbo de su gestión llevó a un hecho histórico: Rosario será por primera vez gobernado por una mujer y encima socialista. Seguramente la doctora Alicia Moreau de Justo está aplaudiendo desde el cielo y tiene una rosa roja en sus manos. No hay que olvidar la otra gran gestión municipal que también fue un pilar para la elección general. La del intendente radical Mario Barletta que fue reconocida por el 45% de los que viven en la ciudad de Santa Fe que votaron a su correligionario y delfín José Corral. En el plano nacional también se puede utilizar la metáfora futbolística.
 
Hermes Binner ganó sobre la hora pero ganó. Pasa a la gran semifinal por la presidencia de la Nación que se jugará el 14 de agosto en todo el país. Está en condiciones de hacer una elección de menor a mayor, de ayudar a sus aliados principales como Margarita Stolbizer, Victor de Gennaro y Victoria Donda en Buenos Aires y a Luis Juez en el partido de vida o muerte que se juega el 7 de agosto frente a Jose Manuel De la Sota y Oscar Aguad. Uno de ellos dos, Binner y Juez si llega a ganar la provincia de Córdoba están llamado a liderar este proyecto naciente de Frente Amplio Progresista.
 
Por ahora son buenas ideas, intenciones y dirigentes honestos. Tal vez puedan institucionalizar esa coalición más allá de lo electoral para copiar el esquema del Frente Ampio de Uruguay que llegó a la presidencia con Tabaré Vazquez y Jose Mujica. Ese debería ser el sueño, la utopía. En la Argentina hace falta un polo de centro izquierda que no sea peronista ni radical, moderno, racional, con liderazgos éticos, con convicciones profundas de justicia social pero también sin dogmas y con vocación de poder. Construir eso es el gran desafío de Hermes Binner. Porque un tropezón no es caída.