Aplausos y cacerolazos
Casi al unísono, los aplausos y los cacerolazos reflejan el estado de ánimo de media humanidad confinada, no el pulso de gobiernos que actúan en forma individual
Las treguas duran poco. En ambientes polarizados, el cabreo previo persiste. Solapado. Llamado a silencio. En clave política, para evitar que caiga la democracia en cuarentena, de modo de no tensar demasiado la cuerda y recrear el nacionalismo que provocó las dos grandes guerras del siglo XX. Algunos gobiernos se envalentonaron con los aplausos para los imprescindibles, que no son ellos, pero también se sorprendieron con los cacerolazos por su mala o morosa gestión de la crisis. Brotaron reacciones encontradas con media humanidad enclaustrada. Amores y resentimientos, como si nada hubiera cambiado.
El mentado equilibrio entre la economía y la salud, versión Donald Trump, Jair Bolsonaro o Andrés Manuel López Obrador, dio de bruces con la realidad de sus países, acuciados por la pandemia, y con el declive de las instituciones; las discrepancias dentro de los gobiernos y entre los gobiernos, como entre los de la Unión Europea o entre Estados Unidos y Canadá; los reclamos de los opositores, y los planteos de los indignados que pusieron patas arriba al planeta en 2019. El ministro de Exteriores británico, Dominic Raab, asumió en forma interina el cargo de primer ministro a raíz de la convalecencia de Boris Johnson tras haber subestimado los truenos.
La tormenta será el nuevo orden mundial, con China como problema y solución. Un atajo menos alarmante que los baños de masas de Bolsonaro, pero no menos preocupante que la demora en la reacción del primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, y del presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, así como la de otra ristra que llegó a jactarse de ser inmune y hasta de poseer la cura. Las imprudencias llevaron a algunos a restringir los derechos constitucionales de los ciudadanos y a extender in aeternum la fecha de caducidad del estado de excepción, de alarma, de calamidad o de catástrofe.
Si un régimen autoritario como el chino queda al mando, después de haber ocultado y restringido información vital para paliar a tiempo el caos, ¿qué valor tendrá la democracia? Abundan las teorías conspirativas. Así como el mundo perdió libertades después de los atentados terroristas de 2001 en Estados Unidos, quizá la camada de autócratas que mueve ahora los hilos se sienta cómoda con las medidas de emergencia y, en vísperas de elecciones y de reelecciones, aproveche la escasa confianza en la democracia, anterior al COVID-19, para codearse sin disimulos con el dogmatismo.
Las divisiones de las cúpulas, así como las dudas en la toma de decisiones por la falta de un liderazgo global y las erráticas orientaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), mascarilla sí, mascarilla no, sólo contribuyen a la vacilación. La condimenta una pregunta recurrente en Brasil: ¿quién manda frente a los roces de Bolsonaro con los gobernadores y con su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta? En un gobierno de militares, con un capitán presidente y un general vicepresidente, no siempre parceiros (socios), llegó a hablarse de la hipótesis de un golpe blando en medio de cacerolazos.
Los cacerolazos, cuyo origen se remonta a las protestas de las mujeres de Chile por la escasez de alimentos durante el gobierno de Salvador Allende, recrudecieron tras los estallidos de 2019 en ese país, Bolivia, Colombia, Ecuador, Haití, Francia, Argelia, Egipto, Irak, Irán, Líbano, Sudán, Hong Kong y otros. Por motivos diferentes, pero coincidentes. Un revival de la Primavera Árabe y de los indignados en España entre 2010 y 2011. Esa legión no vio satisfechas sus peticiones en un mundo signado por la crisis financiera de 2008, la desigualdad, la corrupción y otras calamidades en desmedro de la democracia, problema y solución, como China, mientras media humanidad sigue confinada. Otro revival. El de la peste negra en Europa. La del año 1377.
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