En el día a día de la guerra tecnológica y comercial entre Estados Unidos y China, todo parece fríamente calculado. Quizá Donald Trump no quiso admitir que Xi Jinping tenía un par de ases en la manga: la suspensión de la compra de productos agrícolas norteamericanos y la devaluación al mínimo en 11 años de su moneda, el yuan, cual contrapeso frente a la imposición de nuevos aranceles a sus productos. O quizá prefirió que ocurriera para denunciar la manipulación de divisas que desató una tormenta en el mercado financiero global y avanzar otro casillero en el tablero de la confrontación. El juego que mejor juega y que más le gusta.