Comparaciones odiosas y… peligrosas
Ni el asesinato del embajador ruso en Turquía se parece al del archiduque Francisco Fernando de Austria, desencadenante de la Primera Guerra Mundial, ni Trump es el nuevo Mussolini
En noviembre de 2015, Turquía derribó un jet ruso que sobrevolaba la frontera con Siria. El incidente originó una importante crisis bilateral. Tan importante que hasta hizo germinar una hipótesis de conflicto entre los gobiernos de Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan. La intervención en la guerra siria, de la cual Rusia y Turquía participaban con enfoques enfrentados, soldó la fisura. Días después de la reconquista de Alepo, la primera victoria militar del presidente sirio, Bashar al Assad, tras el estallido de la Primavera Árabe, el asesinato en Ankara del embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov, puso en duda nuevamente la firmeza de la relación.
La mirada al pasado, acaso en busca de un antecedente de esa magnitud, llevó a muchos a pensar que podía tratarse de un suceso similar al crimen del archiduque Francisco Fernando de Austria, desencadenante de la Primera Guerra Mundial. Nada que ver. El policía turco que mató al embajador ruso no obró bajo el ala de un movimiento secesionista como Joven Bosnia en 1914, empeñado en la emancipación de Bosnia del eje de Austria y Hungría. Actuó, en principio, como un lobo solitario, más allá de que un grupo islámico sirio se atribuyera la autoría del asesinato y Erdogan no vacilara en cargársela al clérigo Fethullah Gülen, también acusado del golpe de estado fallido de mediados de julio en Turquía.
Las comparaciones suelen ser odiosas y peligrosas. El asesino de Ankara soltó antes de ser liquidado dos palabras clave: Siria y Alepo. En la reconquista de Alepo, la fuerza aérea rusa resultó vital, aunque se haya excedido en ataques generalizados contra la población civil. Rusia y Turquía ingresaron en la guerra siria desde posiciones opuestas en defensa de sus propios intereses. Ergodan apoyaba a los rebeldes y Putin apoyaba a Assad.
En el otoño de 2015, cuando Putin dio la orden de ataque, Turquía, miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), abatió al jet ruso. En el terreno, Rusia bombardeaba a los rebeldes que apoyaba Turquía y Turquía repelía a los kurdos. ¿Cómo conciliaron criterios? Ergodan persuadió a Putin sobre la necesidad de desbaratar el control kurdo de su frontera con Siria, que fomentaba el separatismo y el terrorismo en su territorio.
Putin entendió: si respetaba esa premisa, iba a ser más fácil y más barato avanzar en el terreno sirio. Rubricaron entonces un acuerdo de palabra: Turquía iba a dejar de apoyar a los rebeldes y Rusia iba a dejar de apoyar a los kurdos. El beneficio iba a ser mutuo. El crimen del embajador Karlov no logró opacarlo.
En plan de evitar paralelos forzados, ni 2016 es 1914 ni, del otro lado del Atlántico, Donald Trump es Benito Mussolini o Adolf Hitler, como exageró el presidente de México, Enrique Peña Nieto, en su afán de crear conciencia sobre las “posiciones populistas y demagógicas, pretendiendo eliminar o destruir lo que se ha construido, lo que ha tomado décadas construir", del presidente electo de los Estados Unidos. Luego descafeinó aquellas afirmaciones: "El aislamiento no es la ruta. La integración lo es". Un día antes, Trump había prometido una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, en inglés) con México y Canadá.
De nuevo, la mirada al pasado quiso buscar refugio frente a la incertidumbre del futuro en un tiempo presente que se conjuga con más pragmatismo y astucia que memoria.
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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