Dos vidas en un instante
Cómo pudo haber sido el último minuto de Ariel Sharon, figura clave y controvertida de la historia de Israel que divide las aguas en todo el mundo
En el último instante, dicen, los recuerdos se alborotan en un torbellino. Todo pasa y nada queda, excepto la esperanza de ser el resumen de los recuerdos en un solo recuerdo. Vivimos con la esperanza de ser un recuerdo. Bueno o malo, un recuerdo al fin. De ser cierto, en el último instante de sus 85 años de edad, Ariel Sharon habrá evocado los balbuceos del hijo de emigrantes rusos de apellido Sheinerman, que arribaron en 1922 a Palestina y que, por el nombre hebreo del valle en el cual se establecieron al nordeste de Tel Aviv, adoptaron una nueva identidad.
De ser cierto, Sharon habrá evocado la estampa robusta del primer ministro elegido en 2001 y reelegido en 2003 que se apartó a fines de 2005 de su partido, el Likud (Consolidación), para prevalecer desde otro partido, el Kadima (Adelante), ganador en sus primeras elecciones. También se habrá visto a sí mismo, en el último instante, el 11 de enero de 2014, tras ocho años y siete días en coma, como Arik, su seudónimo. Y, en medio del torbellino, se habrá preguntado por qué, mientras era ministro de Defensa, aquel francotirador que tenía en la mira a su eterno rival, Yasser Arafat, en 1982, acató su orden de no matarlo.
Casi dos años sobrevivió Sharon tras la muerte de Arafat, acaecida el 11 de noviembre de 2004. Al final de sus días, postrado por un derrame cerebral desde el 4 de enero de 2006, pareció dispuesto a apostar por la paz que acordó en febrero de 2005 con el presidente palestino, Mahmoud Abbas, en Egipto. La tregua iba a ser el prólogo de una decisión dolorosa: el retiro, seis meses después, de las 1.700 familias judías afincadas en la Franja de Gaza y el norte de Cisjordania. Esas familias suponían que iban a ser las pioneras del Eretz Israel (Gran Israel bíblico) que Sharon quiso abrazar. Fui testigo de esa batalla campal entre israelíes.
El retiro era, según el primer ministro, una garantía de seguridad frente a la hostilidad de los árabes. Con esa hostilidad nació Sharon el 26 de febrero de 1928 en el kibbutz Kfar Malal. Por ella se alistó a los 14 años de edad en las filas de Hagana, batallón paramilitar que terminó siendo la semilla de las Fuerzas de Defensa Israelíes (Tzahal). En el último instante, Sharon habrá sido testigo del final del mandato británico en Palestina, el 15 de mayo de 1948. Y habrá sido de nuevo el oficial de infantería que, durante la batalla, resultó herido en Jerusalén y que, una vez repuesto, se incorporó a la inteligencia militar.
Menudo torbellino, en el último instante, mientras alternaba entre las clases de historia de Medio Oriente en la Universidad Hebrea de Jerusalén y las operaciones contra aquellos que habían atacado asentamientos judíos. Y mientras David Ben Gurion bautizaba al nuevo Estado con el nombre de Israel después de que su antecesor, Menahem Begin, siempre hablara del Eretz Israel. Uno creó el Tzahal; el otro no dejó de llamarlo ejército. Sharon organizó la Unidad 101, especializada en sabotajes y represalias contra agresores en territorio jordano bajo el estigma de los asesinatos selectivos que iba a reivindicar como primer ministro.
A los 72 años de edad, forjado su temple de halcón implacable, ceñudo casi siempre, risueño en ocasiones, tolerante con la burla fácil de los humoristas por su cintura ancha y su voz aguda, Sharon alcanzó más poder que nunca: fue elegido primer ministro. No dejó de ser una figura controvertida hasta el último instante.. Un paseo suyo por el Monte del Templo en la Ciudad Vieja de Jerusalén, sitio sagrado para los musulmanes, encendió en 2000 la mecha de la segunda intifada (sublevación palestina).
Nada nuevo en su caso. En 1953 estuvo involucrado en un ataque contra la aldea jordana de Qibya en el cual murieron 69 personas. Tres años después, durante los combates en el Sinaí contra las tropas egipcias, ignoró las órdenes de retirarse a pesar de estar rodeado y en inferioridad de condiciones; ganó la batalla y tomó el estratégico paso de Milta, entre la península del Sinaí y el extremo meridional de Suez; las bajas fueron cuantiosas y algunos soldados exigieron su renuncia.
En el último instante, abrumado por el torbellino, Sharon habrá lamentado la muerte de su primera esposa, Margalith, en un accidente de tránsito. Fue en 1962. Cinco años después, el hijo de ambos, Gur, de 10 años, se mató con un arma que él mismo le había regalado. Se casó con su cuñada, Lili, hermana menor de Margalith, fallecida en 2000 por un cáncer de pulmón. Con ella tuvo dos hijos: Omri y Gilad, involucrados en un escándalo de corrupción por la financiación de su campaña para las elecciones internas del Likud en 1999.
De la Guerra de los Seis Días, en 1967, participó como comandante de una división blindada. Por su desempeño alcanzó el grado de general de brigada mientras los generales Moshe Dayan (ministro de Defensa) e Yitzhak Rabin (jefe del Estado Mayor) ocupaban el Muro de los Lamentos como señal de la anexión del sector oriental de Jerusalén, el Sinaí, Cisjordania, la Franja de Gaza y los Altos del Golán. Desde 1972 quiso abandonar el ejército. Era jefe del Mando Sur del Estado Mayor y no comulgaba con Golda Meir.
Como general, Sharon regresó al Sinaí, cerca de Suez, y desobedeció las órdenes de Dayan de replegarse ante las tropas egipcias, mejor pertrechadas y entrenadas que en 1967. Logró rebasarlas, sin embargo. A los pocos días, reforzadas sus fuerzas, obligó a firmar un armisticio al presidente de Egipto, Anwar al-Sadat. Había dado muestras de coraje, pero, también, de temeridad. De esa temeridad con la cual en 1982, como ministro de Defensa, invadió el Líbano y desplazó a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de su base de Beirut.
Ese año iba a perdonarle la vida a Arafat. La matanza de cientos de refugiados en los campamentos de Shatila y Sabra, a manos de milicianos cristianos aliados, derivó en investigaciones de una comisión especial que concluyó, en 1983, que había sido el principal responsable. Los israelíes ganaron las calles; comenzaron a tildarlo de “señor de la guerra”, “carnicero del Líbano” y “rey de Jerusalén” mientras crecía la reprobación mundial. En el último instante, quizá los remordimientos pretendieron reconciliarse con los recuerdos. De cierto, quizá Sharon también haya pretendido reconciliarse consigo mismo.