EL BLOG DE PASIONSPORTS.COM - Los australianos sí saben divertirse
Qué importa que tengan que viajar 28 horas para llegar a Sudáfrica, más las 4 que dura el trayecto de Johannesburgo a Nelspruit. Los aficionados australianos siempre están ahí, y siempre listos para la fiesta. Si algo destacó de la decepcionante entrada en Nelspruit, fueron los fanáticos Socceroos, que vestidos de amarillo, con banderas, trajes extraños y bufandas, cantaron y apoyaron por todo el partido.
NELSPRUIT, Sudáfrica.- Qué importa que tengan que viajar 28 horas para llegar a Sudáfrica, más las 4 que dura el trayecto de Johannesburgo a Nelspruit. Los aficionados australianos siempre están ahí, y siempre listos para la fiesta. Si algo destacó de la decepcionante entrada en Nelspruit, fueron los fanáticos Socceroos, que vestidos de amarillo, con banderas, trajes extraños y bufandas, cantaron y apoyaron por todo el partido.
Fue una marea amarilla, que invadió el flamante estadio Mbombela. Todo el lado izquierdo estaba pintado de ese color, y rivalizaba con los aficionados locales, con quienes protagonizó un encarnizado encuentro de ruido. Por supuesto, la idea de los australianos era alentar a su equipo, mientras que los sudafricanos hacían lo que mejor saben, tocar la vuvuzela sin ton ni son.
“Let’s go Aussie!”, era su grito de batalla, y por un tiempo lograron incluso callar a las horrendas trompetas que, sin embargo, volvían por sus fueros y sumergían a los aficionados amarillos en un mar de cacofonía. Sin arredrarse, los hombres trataban de vencer a las máquinas, y cantaban y gritaban de nuevo. El duelo en las tribunas era incluso más divertido que la intensa pero poco clara batalla dentro de la cancha.
“Uuuuu” coreaban los australianos, cuando Serbia tenía el balón. “Pooooom” respondían las vuvuzelas. “¡Aaaaaaah!”, exclamaban los Socceroos cuando su equipo fallaba una oportunidad. “Pooooom” respondían las trompetas. “¡Aussie!” Exclamaban para apoyar a los suyos. “Pooooom” respondían los sudafricanos, que no se dejaban vencer.
“¡Goooooooooooooooool!” Gritó la tribuna cuando Cahill mandó a la red un excelente cabezazo. Y el alarido fue aún más fuerte con el golazo de Holman. Las trompetas se unieron en un coro de gruñidos. Los enemigos se volvieron amigos. Y después, aunque la batalla siguió, ya no fue lo mismo. El partido se puso buenísimo y a nadie importaban las malditas vuvuzelas.
Por Martín del Palacio