El dilema de los republicanos
La absolución de Trump en el segundo impeachment en su contra, prevista por los demócratas, desnudó las fisuras dentro de su partido, el republicano
En caliente, uno puede preguntarse por qué los demócratas apuraron el segundo impeachment contra Donald Trump si, como ocurrió en el primero, sabían que no iban a contar con los votos suficientes para condenarlo. En frío, uno también puede preguntarse qué hubiera sucedido de haber pasado página de la inconcebible toma por asalto del Congreso, el 6 de enero, con el fin evitar la certificación de la victoria de Joe Biden. De no haber habido reacción, el capricho de Trump y de los suyos de no reconocer la derrota en las presidenciales del 3 de noviembre, más allá de su faltazo en el traspaso del mando, hubiera sentado un precedente insoslayable.
Cual déjà-vu, Trump resultó absuelto en un juicio político exprés, el cuarto en la historia de Estados Unidos, que se realizó en el lugar del crimen. Cincuenta demócratas y siete de los 50 republicanos decidieron en el Senado, convertido un tribunal, el indulto de Trump. Diez votos menos de los necesarios para alcanzar el umbral de los dos tercios requerido para castigarlo. La verdadera intención de los demócratas, a sabiendas del resultado adverso, era exhibir la fisura de los republicanos, doblegados por la vanidad del patrón del partido y por la contradicción de seguir apoyando al movimiento extremista que se ha colado en sus filas.
En palabras de Trump, apenas supo que había sido perdonado, “nuestro movimiento histórico, patriótico y hermoso para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande acaba de comenzar”. No empezó con el aliento a la insurrección, sino desde las presidenciales de 2016. La imagen distorsionada del país que Biden se propone reparar choca en sus primeros días de gobierno con frentes abiertos tanto en casa como en el exterior y con la egolatría de un antecesor que se resiste a serlo y que, al no haber habido unanimidad sobre un voto de inhabilitación, insinúa pelear su candidatura para un segundo mandato en 2024. La mecha continúa encendida.
Los dos juicios políticos contra Trump coincidieron en un intento: fastidiar a Biden. En el primero se lo acusaba de obstrucción al Congreso y de abuso de poder al supeditar la entrega de misiles a Ucrania a la colaboración del presidente Volodymyr Zelensky en la apertura de una investigación contra Hunter Biden, hijo del ahora presidente, exvicepresidente de Barack Obama, por haber incurrido en una presunta trama de corrupción mientras era miembro del consejo de administración de la empresa de gas Burisma. En el segundo, la obstrucción al Congreso pasó a ser la incitación a la violencia con cinco muertos en su prontuario.
El ámbito en el cual se realizó el juicio político fue el escenario del asedio. Una rareza quizá tan impactante como algunos tramos del proceso en los cuales senadores republicanos pusieron en aprietos a los abogados defensores de Trump. En la Cámara de Representantes, 10 miembros del principal partido de la oposición aprobaron el impeachment. Ninguno había apoyado el primero de la historia, en 1868, contra Andrew Johnson, también republicano, sucesor del difunto Abraham Lincoln. Ciento treinta años después, en 1998, sólo cinco representantes demócratas creyeron que Bill Clinton debía rendir cuentas sobre su relación con Monica Lewinsky.
En el caso de Trump, después de haber fracasado en su afán de demostrar un fraude en las elecciones, sus arengas forman parte de una “retórica política habitual” protegida por la Primera Enmienda de la Constitución, que consagra la libertad de expresión, según sus argumentos legales. Una mera excusa. Estaba furioso por la desobediencia del entonces vicepresidente, Mike Pence, y del líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, reacios a convalidar sus teorías conspirativas. Otro reflejo de las divisiones de la oposición que los demócratas quisieron dejar al desnudo, más allá de que ellos también lidien con las suyas. En caliente y en frío.
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