El no para Santos y el sí para Uribe
El ajustado rechazo al acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y las FARC terminó dirimiendo una puja política y personal que sume al país en una gran incertidumbre
Desde el momento en que la Corte Constitucional de Colombia aprobó el plebiscito sobre el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en julio, quedó claro que el resultado iba a ser vinculante sólo para el gobierno. No se trataba de una vía jurídica, sino política. El plebiscito no era necesario para instrumentar el acuerdo. Fue decisión del presidente Juan Manuel Santos delegar en los colombianos “la última palabra” después del apretón de manos con el líder de la guerrilla más antigua del continente, Rodrigo Londoño, alias Timoleón Jiménez o Timochenko, en La Habana. Fue, también, un tiro por elevación contra su principal detractor y rival, el ex presidente Álvaro Uribe, ahora senador.
Se trató de un exceso de confianza de Santos, bendecido por el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, y por varios presidentes, empezando por Barack Obama. La no extradición a los Estados Unidos de guerrilleros involucrados en casos de narcotráfico daba una pauta, así como la eliminación de las FARC de la lista de organizaciones terroristas tanto en los Estados Unidos como en la Unión Europea. Uribe, en cuyo gabinete Santos fue ministro de Defensa, pasó a ser el abanderado del no con un argumento político que fue más allá de su inquina contra las FARC: "La paz es ilusionante”, pero “los textos de La Habana son decepcionantes".
El escaso margen del 0,5 por ciento para el no refleja la enorme polarización de la sociedad colombiana. Las lluvias atribuidas al huracán Matthew contribuyeron en algunas regiones a la alta abstención, del orden del 62 por ciento. En lo inmediato, la leve diferencia a favor del no lejos está de vulnerar los términos del acuerdo, pero inhabilita su desarrollo por falta de legitimidad. Como se trató de una consulta política, la salida ha de ser política. Y esa salida, convienen todos, impone una negociación. Esta vez, no con las FARC, sino entre las fuerzas de Uribe, recargadas inclusive como potencial candidato a reincidir en la presidencia, y las fuerzas de Santos, súbitamente debilitadas por el traspié.
¿Qué llevó a Santos a confiar en que la percepción de la calle, aparentemente feliz por el final de una guerra de más de medio siglo a pesar de los costos, iba a traducirse en una rotunda victoria política frente a Uribe, obstinado en no ceder frente a los responsables de la muerte de su padre, entre otras desgracias personales? La paz, cuando demora tanto y requiere idas y venidas como ocurrió durante los cuatro años que demandó el proceso que comenzó en Oslo y continuó en La Habana, suele tener un precio que, en el fondo, no satisface a unos ni a otros. El mero uso de la palabra inventada “dejación” de las armas, para evitar “entrega”, cual sinónimo de derrota, llevó su tiempo.
La guerra dejó ocho millones de víctimas, de las cuales 975.000 murieron, 163.000 desaparecieron, 6,8 millones debieron abandonar sus hogares por razones de seguridad y miles pagaron fortunas para ser liberados después de tortuosos secuestros. Aquellos que padecieron el yugo de las FARC en carne propia o en la de algún ser querido se dividieron entre los partidarios del sí, venciendo a los demonios del rencor, y los partidarios del no, atendiendo a la prédica de Uribe: "Todos queremos la paz. Ninguno quiere la violencia. Respeto a la Constitución, no sustitución. Justicia, no derogación de las instituciones". Unos y otros tuvieron razones valederas para dar su veredicto, así como para optar por quedarse en casa.
El entusiasmo del 26 de septiembre cedió paso a la incertidumbre del 2 de octubre. Un paréntesis en la historia o, quizás, un punto de inflexión frente al nuevo reto: despejar la estantería para avanzar hacia un nuevo capítulo, acaso superador. El sí al acuerdo de paz se impuso en las ciudades más lastimadas por la guerra. La enorme abstención de la ciudadanía terminó siendo tan determinante como el rechazo a las FARC, cobijadas durante décadas por sectores y gobiernos latinoamericanos y europeos en franca decadencia. En Colombia no ganó Uribe ni perdió Santos. La incertidumbre desplegó las alas por una corazonada tan engañosa como punzante en un plebiscito innecesario, sellado por una derrota inesperada.
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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