Hace 56 años que Elsa viene peleando con un coraje realmente revolucionario. Elsa Rodríguez es una guerrera que hoy está librando una batalla desigual contra la muerte. Está gravísima. La patota criminal de la Unión Ferroviaria le pegó un balazo en la cabeza el mismo día que asesinaron a Mariano Ferreyra. Ella estaba al frente de la marcha, como siempre, con su gorrito del Polo Obrero y con la mano envuelta en un chaleco que le sostenía la bolsa de hielo que le habían dado en una de esas parrillitas donde los más humildes se comen un choripan al paso. Tenía la mano muy inflamada por una pedrada que le habían pegado los atacantes.
 
Edgardo, uno de sus compañeros de militancia le dijo que se tomara un taxi y que se fuera al hospital. “Ni loca”, le contestó Elsa: “Vine a defender a los obreros y aquí me quedo”. ¿Quién iba a imaginar que los mercenarios de los jerarcas sindicales le tenían reservado un tiro en la nuca? Hoy está en el hospital Argerich en coma farmacológico inducido y con respirador mecánico. Elsa pelea por su vida como vino peleando durante toda su vida. Contra la miseria que padeció en su Uruguay natal. Contra la cobardía de la violencia familiar que hizo huir a su marido y la dejó con siete hijos y trece nietos. Contra el incendio que le redujo a cenizas la casilla en la que sobrevivía con su familia.

Contra el hambre que un día la acorraló contra la desesperación. Golpeó la puerta del comedor “Caritas Felices” en Berazategui y Cristina le abrió la puerta en el más amplio sentido de la palabra. “Decime que tengo que hacer para que me den unos platos de comida para mis hijos”, dijo la uruguaya valiente. Y Elsa pasó a formar parte de ese lugar de solidaridad y de resistencia contra las injusticias. Después anduvo de asamblea en asamblea, leyendo y vendiendo Prensa Obrera pero siempre preocupada por que lleguen los juguetes para los chicos del comedor, o la polenta y el arroz y que nunca le falta nada a aquellos pibes del conurbano que siempre les falta todo. Elsa no se resigna. Una vez leyó una frase de León Trotsky que la dejó maravillada: “El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad”. En eso cree. Por eso se fue convirtiendo en dirigente, se hizo responsable de 25 manzanas e integró la mesa regional partidaria.
 
En el barrio Bustillo, donde los señores feudales de la política someten a la gente al clientelismo y se aprovechan de sus carencias, Elsa Rodríguez a veces por las noches, se toma un respiro y se ríe con el programa de Marcelo Tinelli y las bromas con tonada de la Mole Moli. Es la única licencia pequeño burguesa que se toma. Es parte de su inserción popular entre “los explotados para conseguir la plena emancipación social”, como dicen sus mandatos ideológicos. Elsa se gana la vida con dignidad trabajando en casas de familias por 10 pesos la hora. Es una mujer pobre y sacrificada que ayuda a otros tan o mas pobres que ella. Su momento de mayor felicidad es cuando va a la plaza a jugar con sus nietos. Anda siempre en zapatillas, gritando a los cuatro vientos que hay esperanza para el proletariado. Es honesta como todos sus compañeros. Da todo, hasta la vida, sin pedir nada a cambio. Hace de la palabra militancia algo sagrado como debe ser.
 
No quiero ser oportunista y que parezca que comparto sus caminos. Muchas veces critiqué y seguiré criticando ciertas posturas irreductibles y blindadas que llevan a su agrupación a perder algunas luchas que podrían ganar si tuvieran mayor flexibilidad. No quiero hacer demagogia y debo decir que ya no creo en la lucha de clases. Pero si respeto su tarea, admiro la entrega generosa y solidaria de sus cuadros, entiendo sus sueños proletarios y comparto los valores que los hacen combatir contra las injusticias, los genocidas y la explotación. Tengo la secreta esperanza, tal vez la soberbia, de que estas palabras le sirvan como energía a Elsa y que se conviertan en una especie de rezo laico. O que contribuyan a denunciar a los asesinos de Mariano, a las patotas de la burocracia y a derrotar a la impunidad de estado. Elsa se lo merece. Sus hijos, sus nietos y sus compañeros también. Todos los argentinos, menos los corruptos y los golpistas, nos merecemos que Elsa viva. Para que vuelva a la lucha. Para que siga siendo una rebelde con causa. Para que no se rinda.

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