Feliz cumpleaños don Ernesto. Hoy quiero que celebremos el milagro de que esté vivito y coleando a los 99 años. Es bueno decírselo ahora que lo puede escuchar o que alguien se lo puede contar. No es un discurso funerario para pronunciar sobre héroes y tumbas. Es un agradecimiento sincero que ojalá sirva para abrigarle el corazón. No es mi intención bañarlo en bronce y transformarlo en un prócer lejano y perfecto. No quiero hablar de su muerte. Usted sabe que nadie se muere hasta que se muere la gente que lo quiere. Y a usted hay cada vez mas gente que lo quiere.
Hoy esta aquí dispuesto a vivir 100 años más como lo dijo de manera genial: “Confieso que tengo otros proyectos mejores que la muerte”. Esto no es mas que una mano tendida para decirle gracias por todo, don Ernesto. Decir que usted es un escritor es como mínimo una simplificación que no lo define en absoluto. Deja afuera tal vez su dimensión mas importante.

La de luchador a favor de la vida. La de militante en contra de todo autoritarismo. La de su austeridad republicana. La de su honradez. La de romántico defensor de la pasión según Sabato. Cuantas veces dijo que el progreso tecnológico nada cambia en el corazón del hombre que sigue siendo el mismo. O que sus grandes temas y nuestros grandes temas son siempre los mismos, la muerte, el amor, el desengaño, la traición, el sufrimiento, la generosidad, en fin, la condición humana. Por eso sus libros son apenas una aproximación al tamaño de su estatura. Siempre comprendió como ser uno y el universo y diferenciar brutalmente entre los hombres y los engranajes después de atravesar el túnel de su primera novela. Los jóvenes deben saber que fue traducido a mas de 30 idiomas. Elogiado por Albert Camus, Graham Greene y Thomas Mann. Todo eso es cierto. Pero su espejo ciudadano trascendió largamente al escritor que comparte el Olimpo nacional con Borges, Cortazar y Bioy. Tal vez pueda ser resumido en una especie de rezo laico en el que se convirtió su prólogo del informe Nunca Mas sobre la desaparición de personas. Ese Nunca Mas que todavía estremece cuando se usa como grito de paz y en su relato: “Unicamente asi podremos estar seguros de que nunca mas en nuestra patria se repetirán los hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado”.

Reconozco que algunos lo humillaron y profanaron ese texto y le agregaron otro mas oficialista que sincero. O que otros prefieren pasarle facturas por su tristemente célebre reunión inicial con Videla cuando todavía ni la ficción podía ayudar a comprender la dimensión titánica del drama. Por todo esto, por sus grandezas y aún en sus errores, debemos decirle gracias, don Ernesto como Hemingway pero nuestro. Gracias por haber seguido firme pese a los golpes tremendos que le dio la vida. Por estar resistiendo viejito de tanta angustia por las muertes mas queridas que todavía lo acompañan. Como su Matilde amor deja los labios entreabiertos y su gran hijo Jorge del talento y la profundidad que a veces lo visita desde el mas allá y le pone esos anteojos oscuros que ya son un icono y lo hacen cada vez mas chiquito y mas gigante.

Gracias don Ernesto. Por haber elegido las palabras frente a los números, la fantasía frente a la ciencia y la libertad frente a la noche. La última vez que lo ví me di cuenta que usted sabe que dios le tiene reservado, igual que ahora, sus santos lugares. Santos Lugares para vivir y soñar con el escritor y sus fantasmas. Dicen que muchos seres humanos con un solo párrafo bien escrito, justifican su existencia. Si asi fuera, en su caso, yo elijo este: “ solo quienes sean capaces de sostener la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. Hoy cumple 99 años. Me gusta decirle don Ernesto. Es nuestra memoria colectiva.