“Felices Pascuas, la casa está en orden”. Ya pasaron 25 años de aquel discurso. Quienes estuvimos en la plaza, jamás olvidaremos ese día en que el pueblo en la calle frenó un golpe de estado por primera vez en la historia. Ya pasaron 25 años y recuerdo el coraje cívico de miles y miles de personas que fueron a defender la democracia frente a los carapintadas que se habían levantado en armas. Había de todo.

Columnas partidarias organizadas y muchas personas no encuadradas, muchos ciudadanos de a pie que fueron a poner el cuerpo para sostener la libertad y las instituciones. Y en esos momentos los militares todavía tenían poder y poder de fuego. Todavía conspiraban y muchos sectores se negaban a someterse a la ley y al único comandante en jefe de las Fuerzas Armadas constitucional que es el presidente de la Nación.
Esos levantamientos de los carapintadas si que fueron destituyentes. Con tanques, con cuarteles tomados, con insubordinación de tropas, armados hasta los dientes y pintados para la guerra. “El chapulín colorado”, le decían a Alfonsín y lo acusaban de ser marxista y vengativo.
 
Era el pasado más nefasto, el terrorismo de estado criminal que se resistía a dejarle paso a la soberanía popular. Hoy a la distancia, uno escucha que para el vicepresidente Amado Boudou y otros oficialistas, los destituyentes o los que conspiran contra la democracia son los medios de comunicación o algunos jueces y no puede creer semejante nivel de frivolidad.

Aquellos carapintadas con fusiles en las manos si que conspiraron contra la democracia. Por suerte todos los partidos políticos estuvieron defendiendo la investidura de Alfonsín y su gobierno. Recuerdo que el peronismo, en lugar de ayudar a los golpistas como hubiera sido en otro momento de la historia, se sumó al balcón para sostener al gobierno elegido por el pueblo.

Antonio Cafiero dió una vuelta de página y estuvo donde tenía que estar. Igual que los liberales de Adelina Dalesio de Viola. O los partidos de izquierda. De los radicales ni hablar. El partido de Alfonsín movilizó hasta su último militante. “Ojo con tocarlo a Raúl”, gritaban emocionados.

Soy un convencido de que la movilización a Plaza de Mayo y a otras plazas del país puso un límite definitivo al golpismo. La gente común, hastiada de muerte y autoritarismo, apostó a la vida y la paz y fue a poner el cuerpo. Los diarios de la época hablan de 500 mil personas. Eran familias enteras que pusieron su corazón a disposición, frente a la Casa Rosada y que estaban dispuestas a marchar sobre los cuarteles si era necesario. Insisto: en esos tiempos, hace 25 años, si se corrían riesgos. La dictadura estaba a la vuelta de la esquina. Se había retirado solo formalmente del poder. Estaban agazapados.

Ya pasaron 25 años de aquellas “Felices Pascuas la casa está en orden” y no puedo ignorar que también se puede hacer otra lectura de aquellos días de furia, de personajes nefastos como Aldo Rico o Seineldín, entre otros subversivos. Fueron momentos de mucha tensión. Pudo haber sido una masacre, el comienzo de una guerra civil.

Alfonsín salió al balcón exactamente a las 14.40 horas. A la multitud se le cortó el aliento. Dijo con voz de mando que se iba en helicóptero a Campo de Mayo para ordenarle que se rindieran a los sediciosos. Todos ovacionamos su coraje y quedamos a disposición. En muchas plazas del país pasaba lo mismo. La bronca contra la dictadura hervía en la sangre. Mucha gente fue cercando las unidades militares rebeldes. Eran espontáneos que estaban dispuestos a ponerle el pecho a las balas.

El país estaba paralizado. Era un polvorín a punto de estallar. Miles y miles de ciudadanos democráticos desarmados frente a cientos de militares dispuestos a todo.

El presidente rezó unos minutos en la capilla y se fue al territorio enemigo sin custodias ni escolta. Cuando volvió fue más cauto en su lenguaje. Ya no eran sediciosos eran hombres amotinados. ¿Se acuerda de ese momento? “Compatriotas, felices pascuas, los hombres amotinados han depuesto su actitud. Como corresponde, serán detenidos y sometidos a juicio”.

Un balde de agua fría cayó sobre mucha gente que sospechó que Alfonsín había negociado. En términos jurídicos, amotinados no era lo mismo que sediciosos. Encima después dijo que eran héroes de Malvinas y empezaron los primeros silbidos. Sobre todo de la izquierda y del peronismo.

¿Héroes de Malvinas? ¿Era el momento de decir eso? ¿Cuál era el motivo de ese elogio para quienes unas horas atrás eran fanáticos golpistas? Después se levantaron dos veces más contra decisiones de la frágil democracia. Alfonsín nunca se arrepintió de haber dicho lo que dijo, pero admite que se pudo haber equivocado. Para muchos argentinos su prudencia y responsabilidad evitó el baño de sangre. Para otros, esa actitud les sonó a perdón y a negociación.

Muchos se sintieron defraudados, traicionados por Alfonsín. Creyeron que había claudicado y que había cedido a los reclamos de los carapintadas. La historia irá acomodando los tantos en el camino. Para muchos fue la primera gran desilusión en democracia y para otros fue la capacidad de un estadista que resolvió el problema con el menor costo posible en vidas. Alfonsín juró una y mil veces que no hubo pacto ni repliegue. Al final de su discurso dijo que “Hoy podemos dar gracias a Dios, la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”.
 
Lo cierto es que 44 días después la Cámara de Diputados sancionó la Ley de Obediencia Debida que era el principal reclamo de los carapintadas. Después vino el Punto Final y el Indulto de Menem. Pero aquel domingo de Semana Santa, Raúl Alfonsín pagó un costo político. Se quebró ese romance entre su figura y parte de la multitud. Ese liderazgo arrollador comenzó a desmoronarse y lo pagó en las elecciones. Es uno de los grandes dilemas de los argentinos de aquel día, hace 25 años. Porque ambas cosas resultaron ciertas. Aquel día fue el comienzo del fin de su gobierno pero también el comienzo del fin de las dictaduras en Argentina. Fue el verdadero Nunca Más.