Parece mentira que haya pasado tanto tiempo y Malvinas todavía siga siendo un espejo roto de nuestra historia en el que los argentinos nos resistimos a mirarnos. Malvinas, todavía es una palabra y un drama que no encolumna detrás a las gran mayoría de nuestro país que, en gran medida, siente esa guerra como algo ajeno. No entiendo. ¿O es que hay algo mas doloroso y sagrado para una Nación que la muerte en una guerra perdida. No hay que confundir las cosas.

El 2 de abril debe ser nuestro día de luto. Nuestro día de reflexión para pensar en la patria. Pero en la verdadera patria. No en la de Galtieri, Menéndez o Astiz, el lagarto cobarde que se rindió al primer amague.

Es verdad que el ex general majestoso Leopoldo Fortunato Galtieri borracho de soberbia y no solo de soberbia, tomó un día la determinación con el objetivo de perpetuar la dictadura que se caía o de huir hacia delante. Es verdad que Galtieri y sus cómplices tuvieron un nivel de irresponsabilidad despreciable. Y no lo digo yo. Lo dijo la propia Comisión Rattenbach formadas por las mismas fuerzas armadas que recomendaron… escuche bien, por favor…la pena de muerte para Galtieri, Anaya y Lami Dozo por las aberraciones que habían cometido. Todo esto es verdad.

Pero yo no le hablo de reinvindicar a Galtieri cuyo único objetivo fue tratar de limpiar la guerra sucia con una presunta guerra limpia. Todo lo contrario. Yo le hablo de los cuadros militares valientes, o de los extraordinarios aviadores, o de los soldaditos correntinos que murieron congelados en su trinchera gritando un sapucai como alarido de identidad. Yo recuerdo a los que lucharon con dignidad. Los ex combatientes son la contracara de los terroristas de estado. Los pibes murieron por la patria y los dictadores mataron a la patria. No hay que confundir las cosas.

Si los recuerdos y las culpas quieren venir, que vengan… les presentaremos batalla. Nosotros necesitamos un día por lo menos para pensar en ellos. En esos muchachos que fueron sin entrenamiento y sin el armamento necesario. En esos chicos estaqueados por robar la comida que les habían robado a ellos. En tantos colimbas que murieron sepultados en el mar con el hundimiento del Belgrano. En esos hijos de la Argentina mas humilde que, como siempre, fueron los primeros en morir. Igual que ahora. Así en la guerra como en la paz, el hilo siempre se corta por lo mas delgado. A ellos les debemos una explicación histórica. A ellos debemos pedirles perdón por la forma en que los mandaron al frente y por la forma en que los escondieron en el fondo. A su regreso, como si fueran delincuentes entraron por el patio de atrás, casi clandestino.
 
Los escondieron debajo de la alfombra, como si fuera basura de la historia. Nunca podemos comparar a unos con otros aunque hayan vestido el mismo uniforme. Por eso Malvinas es el gran espejo roto de nuestra identidad. Por eso es tan difícil mirarnos de a pedacitos, reconocernos quebrados y desperdigados. Por eso Malvinas muestra nuestras miserias y nuestras grandezas. Es la cara y cruz de lo que somos.

La cara que mostramos y la cruz que llevamos. Las dos caras de la moneda. La del coraje y la cobardía. El héroe y el traidor. Los dictadores y los combatientes. Las dos islas que son un solo corazón. La melancolía de la Soledad y la euforia de la Gran Malvina. Las escarapelas en el pecho sobre un guardapolvo duro de almidón tembloroso, el pelo engominado, los zapatos bien lustrados y la celeste y blanca que sube flameando segura… Segura de que algún día dejarán de ser nuestras hermanitas perdidas y que tras un manto de neblina no la hemos de olvidar.